Debería llamarse así, escuetamente, Proyecto Nicolás. Para sentar un precedente y para que la oportunidad de marchar y de protestar no se silencie. Y todos
deberíamos rehacer sus pasos y refrendar sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos como dijo versando alguna vez César Vallejo.

Y todos, medios e independientes deberíamos retomar las pesquisas para saber quién y porqué mató a la vez al joven, a Nicolás y al estudiante, a Nicolás y al
hombre que comenzaba a ser, marchando. Y deberíamos hacer nuestra su ilusión imberbe de salvar al país, de ser gestor de paz, de soñar a paso limpio con ideas inmunes a las manoplas y a los garrotes intemperantes.

Y deberíamos rodear a su familia que lo perdió a los quince años este primero de mayo que suma un nuevo motivo para conmemorar. Como no deberíamos olvidar el proyecto Manizales, esa acción solidaria y valiente de diversos medios que continuaron las investigaciones que hacía el reportero huilense Guillermo Bravo, cobardemente asesinado hace dos años a causa de sus ideas que tercamente le sobreviven y que hoy reencarnan en cuartillas, voces y videos que antes que vacíos homenajes, son el deber que impone la
vida misma, un poquito menos viva desde entonces.

Y debería haber un proyecto Guaitarilla y otro San José de Apartadó y otro y unos cuantos más bautizados con los nombres que no permitió redimir la impunidad.
Al cabo de los nombres, de Todos los nombres, como lo ficcionó Saramago, habrá una nueva oportunidad para la denuncia y un nuevo aliento para el disenso.
Entonces sabremos que no pudieron callar a los Guillermos y que habrá siempre un Nicolás que vuelva sobre sus pasos.

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