Por Carlos Castillo
Mandé cartas al Niño Dios y a los Reyes Magos. Pedí para todos nosotros lo que debería ser sencillo y elemental: tener una televisión colombiana decente. Pero perdí el tiempo, porque la TV colombiana está en manos de intereses privados y de otras fuerzas oscuras. Yo tenía que saber que los que controlan, dirigen, producen y realizan nuestras señales del aire no atienden ni a la ley ni a Dios.
De Dios ni hablemos pues, si todavía anda por ahí (en contra de lo que Nietzsche dijo), hace rato que se olvidó de Colombia. Y la ley, La Gran Violada, está bajo la iniciativa o el control de El Gran Inútil (el Ministerio de Comunicaciones) y La Gran Alcahueta (la Comisión Nacional de Televisión).
La privatización de los canales creó el cartel de cadenas que comparten audiencias, publicidad, precios, y regulan horarios y contenidos. La televisión privatizada es igual a lo que ha ocurrido con las otras empresas del Estado: no ha mejorado la calidad, pero han subido extraordinariamente los precios y costos para el consumidor. Si la televisión colombiana fue pasable en sus comienzos, cuando era totalmente pública, se degradó cuando los espacios se licitaron. Ahora ha caído en el pozo del desastre. No sólo las cadenas privadas tienen televisión basura. Los canales públicos son tan malos que parecen ser hechos para justificar a los privados. ¡Como si existiera una ley que obliga a tener una televisión desastrosa!
Ni El Gran Inútil ni La Gran Alcahueta han logrado regular la televisión y garantizar unos mínimos de calidad. Usted, ustedes, él, ellos, nosotros y yo en particular estamos mamados de la televisión colombiana.
No es aceptable que los noticieros se hayan vuelto 30 minutos de propaganda en los que se intercalan 10 minutos de noticias nacionales, 10 minutos de noticias tontas y 10 minutos de deporte y farándula. La propaganda es más importante que los contenidos.
No es aceptable que la Honorable Cámara o el Honorable Senado se tomen las horas de los noticieros. ¿No hay acaso un canal institucional para oír sus tonterías, verlos comer chicle o sándwiches o pollo con gaseosa, hablar por celular y presionar funcionarios públicos para ver si les dan más puestos? ¿Por qué cuando un canal está ocupado por esos noticieros del Legislativo el otro aumenta la emisión de propaganda?
No es aceptable que las transmisiones de los partidos de fútbol, especialmente los de las selecciones nacionales, se atiborren de propagandas. Ningún país irrespeta al público como lo hace el nuestro. ¡Ya es hora de que los locutores y comentaristas dejen de gritar para elevar los niveles de agresividad y violencia. Ni los comentarios son inteligentes ni las narraciones, correctas. Que no pidan tanto cambio de jugadores, técnicos y directivos. ¡Que cambien a los comentaristas y a los narradores deportivos!
No es aceptable que los programas empiecen a la hora que se les da la gana a los canales. La competencia entre ellos, la búsqueda de la audiencia, no puede tener al público como víctima. El rating sólo refleja la distribución de basura entre el público.
¿Cuánta más basura habrá que soportar con las telenovelas, mal concebidas, mal escritas, mal dirigidas, pésimamente actuadas, con tramas insulsas y lenguaje de subnormales? Para ser actriz no bastan unos buenos senos artificiales, un maquillaje estrambótico, una minifalda y una corronchería a toda prueba. Tampoco un perfil masculino o el pelo en pecho. El lenguaje chabacano no existe en la calle. Sólo lo usan los escritores mediocres para tapar sus deficiencias.
Todo es aceptable en Colombia si se mide con la vara económica. Este año licitarán otro canal nacional con los mismos criterios: ninguno. La televisión colombiana sólo es un negocio amparado por El Gran Inútil y La Gran Alcahueta. Ellos no tienen ni Estado ni Dios. ¿Qué podían hacer los Reyes Magos y el Niño? Nada.