Somos ingenuos. Sólo pensar que la pobreza en Colombia podría disminuir o acabarse con la llegada de Luis Alberto Moreno a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo es muestra de candidez o el punto cadeneta de una nueva cortina de humo, o manifestación del delirio, propio de las situaciones carentes de solución.
Como la utopía de la guerrilla derrotada en dieciocho meses con la Seguridad Democrática. O la generación de empleo con la reforma laboral o como la reactivación de la economía luego de las seis reformas tributarias en treinta y seis meses.
Claro no faltará el que proponga recibimiento en carro de bomberos, desfile por la 26 y la Séptima y manifestación pública en El Campín.
Promesas veintejulieras similares se escucharon con la llegada de César Gaviria a la OEA. ¿Qué cambió con el colombiano en el organismo multilateral y multinoperante?
Esta es la hora que no sabemos cuánto fue por tal motivo el gasto del erario público en los viajecitos proselitistas de Noemí por los Caribes.
Como no sabremos lo que nos vino a costar el caudal de llamadas presidenciales, los viajes del vicepresidente por Centroamérica, la compañía in situ de Santiago Montenegro y otras minucias para lograr el nombramiento de Moreno y presentarlo como un triunfo de la colombianidad que envidiarían Juan Pablo Montoya y Catalina Sandino.
El dispositivo diplomático no pasa de ser el obvio agradecimiento a quien le abrió la puerta a los dos últimos presidentes colombianos en las altas esferas del imperio, así fuera apenas en calidad de besamanos.
Claro se ve el aprovechamiento, con fines electorales, del nacionalismo (tan desfasado como en el caso de la venta o fusión de Bavaria, minutos antes de retirarse de la Bolsa de Valores).
Como si no supiéramos que Moreno estará al frente de una entidad financiera y no de una institución de caridad. ¿Qué hizo por su país Enrique Iglesias, el anterior presidente, luego de 17 años en el cargo? Año tras año, hizo lo que hacen todo los bancos, como bien lo señaló Alejandro Dumas, prestar paraguas cuando hace buen tiempo y pedirlos arreglados cuando empieza a llover. Imagínense aquí, que hace rato no escampa.