Por Omar Rincón.
¿Qué pasa para que una música que tanto nos gusta en la vida cotidiana no emocione en la pantalla melodramática? Yo no te pido la luna es la canción de Daniela Romo que nos hace gritar de emoción en cada rumba a la que asistimos pero en formato de telenovela se queda en otra insulsa historia de amor y odios.
El problema es, tal vez, pensar que solo basta con cantar lo que a la gente le gusta o que la música es un anexo temático. Y por eso la historia puede ser otro de esos melodramas sin referencia, como que Juanita Román una mujer humilde y pura con algo de talento, seduce a un galán entrado en años y que vive equivocado.

Las telenovelas musicales que han tenido éxito han comprendido que la música debe estar presente en la historia (no es un anexo); que la historia debe estar conectada con el contexto sociocultural en que se desarrolla (referencias culturales); se habita la música en sus territorios afectivos (no se cuenta desde lo neutro); se canta y cuenta desde lo musical (en tono, ritmo y sentimiento).

Escalona, La hija del mariachi, La sucursal del cielo, Nadie es eterno, Oye bonita y Amor sincero son ejemplos de cómo las músicas conectan con el contexto sentimental y cultural de los televidentes. En cambio en Yo no te pido la luna o El penúltimo beso la música va por un lado y la historia por otro; el melodrama que se cuenta no tiene nada que ver con la música. Es más: esas historias neutras de amor y odio no necesitan esa música de exceso sentimental que nos hace sonreír en noche de borrachos.

La música en Colombia para ser exitosa en la televisión de reality o telenovela tiene que tener conexión con los modos musicales de la gente (somos vallenato, tropical y ranchera y poco rock o pop); contar historias ubicadas culturalmente en contextos, personajes, paisajes y situaciones reconocibles como nuestras; las historias no están en las canciones sino en los sentimientos que desarrolla cada música; se cuenta es un universo: el del vallenato en Oye Bonita, el de la salsa en La sucursal del cielo, el ‘ranchenato’ en nadie es eterno, el de la ranchera en La hija del mariachi, el de la tecnocarrilera en Amor sincero; en todas estas telenovelas se reconocía que estaban hechas de modos de ser colombianos y estaban conectadas con referencias culturales del nosotros.

En cambio Yo no te pido la luna es la vida de una cantante que vive en un mundo neutro de referencia cultural y sentimental y ella canta porque sí o porque no o porque también. La historia es de intrigas y maldades y no de balada romántica. La música es un anexo. Todo se ve sin sentimiento ni emoción. Se nota mucho que se sabe de melodrama y está hecha correctamente pero poco de sensibilidad cultural. Lástima por Anasol, debut y despedida.

ÓMAR RINCÓN
CRÍTICO DE TELEVISIÓN

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