Por: Mario Morales
Si bien se mantiene en la línea de que gobernar es comunicar, como lo dijo en Bucaramanga, el presidente Santos también ha dado indicios de cambio en la relación del poder con la ciudadanía, otros órganos y los mismos medios (Publica El Espectador).
Desde su posesión ha dejado ver con las puestas en escena (escenarios, atriles y telepronter) que quiere marcar distancia con sus gobernados. No lo veremos hombro a hombro con el colombiano de a pie, no obstante que quiere proyectar la imagen de ejecutivo juvenil y dinámico en mangas de camisa.

Dejando atrás el tono uribista altisonante, a veces irresponsable, y camorrero en las declaraciones, Santos entendió que los sectores radicales que acuden al terrorismo también saben que “comunicar” es otra forma de gobernar y que para controlarlos no necesita azuzar odios en el micrófono, sino investigaciones y resultados.

Pero el cambio más notorio es el de los llamados “Acuerdos para la prosperidad”. De los consejos de corte populista, dramatúrgico y espectacular, pasamos a transmisiones frías, a manera de rendición de cuentas. Con un Santos sin mucho carisma para la TV, no hay espacio para especulaciones ni “debates que no llevan a ningún lado”, como dijo el vicemindesarrollo, Carlos De Hart, reemplazados por informes de corte tecnócrata, formulados en mesas sectoriales con trabajo previo.

Forman parte de un modelo que puede tener efectos nocivos. Es claro que la intención comunicativa es evitar la entrega de material en bruto, para obviar mediaciones, esto es, interacción, análisis y disensos. De la mediocracia, o gobierno a través de los medios, pasamos a la mediatización, es decir, difusión escueta o amplificación de la información ya tratada y lista “para consumir” (ver web de Presidencia) con el fin de asegurar la integridad comunicativa de los contenidos, como la llama el téorico Phillipe Breton.

Esa reserva que hace el gobierno para asignarle sentido a la información, reforzada por una pauta publicitaria “generosa” y respaldada por una bancada mayoritaria, puede resultar limitante para el debate democrático serio. Pero, además, permitiría que el adjetivo de “aplastante” que calificó el triunfo de Santos resulte una dolorosa realidad.

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