Por: Mario Morales
«Hay votos suficientes para aprobar el TLC con Colombia», dicen que dijo el presidente Obama esta semana. Sea por falta de tema o con intención de engordar la rentable ilusión de la masa, pero no hay semana sin que funcionarios de aquí y de Estados Unidos prometan que ahora sí va a haber Tratado. (publica El Espectador)
La campaña de expectativa de ese acuerdo supera con creces la de cualquier show mediático reciente. Así como ejércitos en la segunda guerra anunciaban fecha y hora de ataque al enemigo y no llegaban, pero hacían un nuevo anuncio que incumplían de manera sucesiva hasta minar la moral del rival que terminaba “anhelando” el ataque para acabar con la incertidumbre, aquí el aplazamiento de la aprobación del TLC no sólo aplastó las críticas y el disenso, bien por fatiga o porque ya está cocinado, sino que nos puso a suspirar en medio de la espera.
Y en EE. UU. la promesa ha servido a Obama para aplacar iras, con visos electorales, por su olvido de América Latina o de quienes piden respeto a derechos humanos.
En tiempos de discusión sobre pobreza y miseria, la suerte de pequeños empresarios, pequeños industriales y los muchos campesinos (con tasa creciente de desempleo) no es vendedora ni en lo político ni en lo mediático. Hoy la prioridad parece ser montar al país en cuanto bus global se anuncie, con el pasajero argumento de que si no sube al TLC será un Estado fallido en tiempo futuro indeterminado.
Además, ese amplio paréntesis para la aprobación adormiló el debate de otros tratados. Fuentes de gobierno y medios narran como logros los acuerdos, firmas y ratificaciones de TLC con Panamá, Unión Europea, Canadá, Corea, etc., que pasan derecho el tamiz de la crítica.
Sin convencer lograron abrir el boquete por donde entramos en la era de la trataditis. Al fin y al cabo saben que otras mediciones de miseria y pobreza demoran, no así el bus del progreso que, como los voceadores de malas rutas transportadoras, repiten a toda hora que los pasajes se agotaron. Pero ahí estará parqueado con su retahíla, mientras tenga utilidades políticas y ayude a la somnolencia nacional.
Con razón, por estos días la frase preferida del presidente Santos es: “Sueño cumplido”.