Era, y pido perdón por anticipado, como con el fútbol. Ante las pocas posibilidades propias, le estábamos haciendo fuerza a Brasil y en últimas a Italia, tan parecida, casi siempre en el planteamiento a la filosofía de la libertad y del riesgo vital que ello implicaba. En últimas estaba la baza de una sorpresa africana.
Pero no, terminó por imponerse la maquinaria alemana, tan aferrada a su historia, al esquema y al dogma.
Quizás ya no habrá posibilidad para Claudio Hommes que ha jugado siempre como puntero izquierdo en Sao Paulo. Ni para su compatriota Aloysio Lorscheideir tan entregado a la tribuna, especialmente la de popular. Tampoco para el progresista Carlo Martini, figura que fue de Milán, querido y amado por la afición más pobre y por ende la más fiel.
El sueño de ver la vanguardia ha quedado postergado. Ya no se hablará de apertura y pluralismo. Los esquemas conservadores han impuesto su ley y le han quitado la lírica al siglo que despega, en nombre de la firmeza doctrinal.
Quizás aún no es tiempo de ir a las raíces, al lado de los necesitados. Talvez el tiempo de tribulación de los desposeídos aún no se ha cumplido. Harán falta más sepas de virus mortales exportados premeditadamente, más hambrunas, más bombardeos indiscriminados y otras siete plagas multiplicadas, antes de que las jerarquías recuerden la razón de su existencia.
Aburridos después de haber perdido el Clásico de la década, hoy los marginados de todas las causas saben que no son bienvenidos a la diestra del trono de San Pedro y que en este torneo no tendrán juego. Pero y si no es la Iglesia, ¿Quién?
¡

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