Por Mario Morales.

Y así, como si fuera un antiséptico, se ha ido colando esa manera tan nuestra de dar cuenta de lo que está pasando como si no quisiéramos que estuviera pasando. O como si creyéramos que decirlo o nombrarlo hace más daño que la misma crudeza de los hechos. (Publica El Espectador)

Por eso no es extraño escuchar al Mindefensa más ocupado en resignficar la etiqueta de los Úsuga, que era como conocíamos a los urabeños, y que ahora han pasado a convertirse en el Cartel del Golfo, como si golfo hubiera uno solo y como si ubicarlo fuera encarnar el mal.

O no es raro oír a los comentaristas, atragantados con esa papa caliente, llamando “polémico gol” a lo que fue una verdadera estafa, una auténtica vergüenza, un insólito robo en el partido Brasil-Perú, y agravado si hablamos de los imaginarios modeladores del deporte. Hasta se oyó decir a especialistas que “qué bueno, que de vez en cuando también roben a los grandes, a los que presuntamente robaron en el pasado”.

Y se volvió común seguir llamando resistencia civil a lo que es un inhumano boicot al proceso de paz. Como es frecuente que se siga llamando “la paz” al “proceso de negociación con las Farc” o “posconflicto” a lo que se viene, sin ponernos a pensar en su utopía.

Y así vamos, viendo cómo denominan “intervención” a lo que no es más que una espantada de consumidores que se han ido a “refundar” (ellos también aprenden) sus Bronx y sus Cartuchos y sus Cinco Huecos donde quiera que los dejen aspirar.

O cómo denominan espectáculo taurino (cuando no insólitamente arte) a ese acto de barbarie que nos describe como sociedad mejor que cualquier estudio.

O cómo seguimos llamando errores a los delitos de esos criminales privilegiados que han pasado a la posteridad en las letras de imprenta como empresarios.

Sí, nombrar se ha vuelto un delicado ejercicio ya no de significación sino de conjuro, cuando no de distanciamiento. Nombramos para olvidar.

Suscribir
Twitter
Visit Us
Follow Me
YOUTUBE
LinkedIn
Instagram