Ricardo Santamaría
Sin los medios de comunicación, el terrorismo no tiene sentido. ¿De qué sirve poner una bomba en el metro de Londres, si esta noticia no impacta a los usuarios del metro de Roma, Buenos Aires o Nueva York?
Matar a 40 personas para aterrorizar no solo a una nación, sino al mundo entero, convertido en una aldea global gracias a los medios de comunicación: ese es el propósito. Que la desolación, el dolor y el miedo que siente hoy un habitante de Londres sean igualmente sentidos en Bogotá o en Pekín, porque vio una imagen de televisión o una foto, u oyó un testimonio de radio.
¿Qué habitante del planeta no se sintió inseguro el jueves pasado? ¿Qué ciudadano que hoy se monta en un metro o en un bus en cualquier parte del mundo no siente, por un momento, un vacío en el estómago?
Por ello, lo más importante, luego de un ataque terrorista, es el manejo de la información. Es un asunto de vida o muerte. Y en esto, el gobierno de Gran Bretaña, el jueves pasado, estuvo magistral. Demostró que estaba preparado y le dio al mundo una lección de cómo se hacen las cosas.
En primer lugar, no hubo sino un vocero para declaraciones oficiales: el primer ministro Tony Blair. Ello dio consistencia en el mensaje y tranquilidad a la opinión pública. Los ciudadanos no fueron bombardeados por un sinnúmero de declaraciones de un ministro o de un jefe de policía, como suele ocurrir en nuestro país, con un agravante: que en no pocas ocasiones son contradictorias. Muchos voceros que hablan, que repudian el ataque y lanzan órdenes crean confusión y crean la sensación de que el gobierno está dando palos de ciego. Eso no sucedió en Londres.
En segundo lugar, Tony Blair no habló de hipótesis sobre el atentado. De esta manera, cuando salgan a señalar un culpable o un modus operandi, o hablen de unas pistas sobre los criminales, lo harán con suficientes pruebas. El manejo inadecuado de este asunto le costó al Partido Popular en España, y al gobierno de José María Aznar, la elección de primer ministro de esa nación, luego del atentado terrorista del año pasado en la estación de metro de Atocha, de Madrid.
En tercer lugar, al restringir las informaciones a un solo vocero oficial, se eliminan los interminables testimonios de políticos y espontáneos que nada tienen que ver en el asunto y que, generalmente, dicen toda clase de tonterías y lugares comunes. Los únicos que salieron a hablar el día del atentado en Londres fueron los voceros de los dos partidos políticos, laborista y conservador, y ambos con el mismo discurso: los terroristas no pasarán y el país está unido. Esto fortalece al gobierno en el momento más crítico y proyecta una sólida imagen de unidad nacional.
El criterio de los ingleses es muy sencillo: la información en las horas y los días siguientes es tan crítica, que hace parte del teatro de operaciones de la guerra. Por eso, evitar que hablen lagartos, políticos y dirigentes sin oficio no es solo una cortesía con los ciudadanos, sino un elemento central de la estrategia de choque contra los terroristas.
Y en cuarto lugar, quedó claro que la veda informativa impuesta en Gran Bretaña ayuda al mejor manejo del operativo médico y facilita la búsqueda de pistas para rastrear a los criminales dentro del necesario sigilo. No sucede como aquí, en donde algunos medios convierten a los hospitales en un vergonzoso reality de dolor y suspenso.
Gran Bretaña tiene la legislación antiterrorista más fuerte del planeta. Incluso más severa que la de Estados Unidos o Italia. Y la hicieron valer en este caso con indudable éxito. Demostraron que había un plan, que todo el gobierno tenía el mismo libreto y que el director de orquesta era uno solo.
Si a Aznar, el mal manejo de la información durante los dos primeros días del atentado terrorista de Madrid, le costó la derrota electoral de su partido, a Tony Blair este buen manejo de las comunicaciones quizás pueda significarle su reelección.
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