A veces la nuestra parece una historia ya contada. Pero con las mismas tramas andamos empeñados en ser originales y no precisamente para bien. Dice García Márquez que Edipo Rey de Sófocles es el mejor ejemplo de estructura narrativa. Otros dicen que es la historia dramática perfectamente contada. Hay quienes creemos con Milán Kundera que es el grado excelso de un código de honor que tanta falta le hace a estas instancias del conflicto, en las que, en medio del horror agravado cada día, comienza a dispararse perdones anticipados y olvidos sin contraprestaciones.
La de Edipo, que bien pudo nacer en nuestro suelo, es la tragedia de un hombre que de niño fue abandonado (cuántos armados lo fueron?) fue recogido por un rey que lo educó (cuántos armados contaron con esa suerte?). De adolescente se cruzó con un dignatario al que mató (cúantos lo han hecho?). Más tarde fue Señor de Tebas y esposo de Yocasta, la reina. Luego se enteró que aquel hombre al que había asesinado era su padre y que la mujer con que dormía era su madre. Ese proceder había generado las desgracias en forma de peste sobre su pueblo. Sabiéndose culpable (aunque no necesariamente conciente) de lo sucedido, se hirió los ojos y ciego abandonó Tebas. ¿Acaso pidió Edipo perdón y olvido, alegando arrepentimiento y se mantuvo en su cargo? ¿Acaso, escudándose en una pretendida inocencia por desconocimiento, se inventó una nueva legislación que le garantizará impunidad? ¿Acaso quiso negociar con su pueblo y amnistiado quiso tener los mismos, mejores o menos derechos que sus conciudadanos?
No. Edipo sabía que nada de lo que hiciera podía reparar los daños. Ni siquiera al sacarse los ojos tenía el afán de expiación. Quizás no quería ver las desgracias que había propiciado. Y decidió marcharse como única ley de justicia y paz frente al destino que él mismo había construido para su vida. Que suba el telón…