De todas las formas de responsabilidad, la de omisión siempre parece ser la más leve, la más volátil. Flaco favor le hace entonces la prensa mundial a la conciencia de la humanidad, inculpando a Bush y su círculo de amigos buena vida porque fue un día después, porque llegó donde un amigo, porque llevaba una perrita en brazos.
Esos son apenas los detalles que, como siempre, ocultan la verdad más profunda y más dramática para el resto de los mortales, que por ello mismo lo somos más, detrás del antifaz de un cowboy.
Insinuar siquiera que la actitud reiterativa del presidente norteamericano obedece a un desliz, a una decisión momentánea en medio de la coyuntura o a un error en el manejo de imagen es minimizar el problema que hoy tiene como víctimas potenciales no sólo a los que habitan en las zonas de influencia de los huracanes, de los terroristas, de los materiales inflamables o de los aviones destartalados que se desgajan como bengalas anunciadoras.
Inculpar, así, sin más, a quienes por física necesidad se asientan en playas dos metros bajo el nivel del mar, en las riberas de los corrientes fluviales o en cercanías donde viven o pasan los violentos de todas las creencias es buscar los ahogados río arriba.
Responsabilizar al destino, a la suerte o a la casualidad es declarar nuestro espléndido fracaso en nuestra tarea primigenia de conservación de la especie.
Mientras la soberbia (como la manifestada recientemente en Estados Unidos ante la ONU y ante todos los tratados ambientalistas), o el importaculismo de Bush ( y de los que son como él) que es capaz de cambiar su reino por un rancho, o el existencialismo prosaico (del vive la vida hoy , aunque mañana te mueras) o el determinismo o la resignación (que con nuestro silencio nos hace cómplices) frente a los sucesos del entorno, mientras todas las razones, y muchas veces origen mismo de los sucesos contemporáneos, naufraguen ante la avalancha de explicaciones mediatizadas, con todo su oropel de imagología y apariencia, estaremos condenados a vivir asidos, en medio de la tormenta a cualquier salvavidas, bajo la mirada condolida de los responsables que, en tierra firme se limitarán a acariciar a sus mascotas en brazos, antes de regresar a sus ranchos.

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