Por Mario Morales
El artículo sobre los límites de la libertad de información (1) es provocador, una de las especialidades de Plinio Apuleyo. Pero es sesgado y anticuado, así tenga en apariencia todos los ingredientes para conformar la capilla de un ‘periodismo nuevo’. El diplomático recava sobre un tema recurrente en ciertos sectores dirigenciales del país: las cortapisas a la libertad de información, la criminalización de algunos métodos periodísticos y el alineamiento ideológico de los comunicadores en torno a objetivos políticos disfrazados de asuntos de interés nacional.
Sugiere Plinio que realizar trabajos periodísticos sobre grupos alzados en armas, no sólo es mérito suficiente para ser un perfecto idiota colombiano, sino que es una suerte de bandidaje mirar la ‘realidad’ desde puntos de vista distintos a los boletines oficiales. Sólo porque la revista no tocó los tópicos que quería leer, el escritor la acusa de no cumplir con los preceptos básicos del periodismo.
Según un estudio de la Universidad de Harvard hace menos de un lustro, “Cuando al periodismo se le pide algo distinto para ser libre, o cuando un gobierno (o un embajador, añado yo) ejerce el control de la información subvierte la cultura democrática, como sucedió con la Alemania Nazi y en la Unión Soviética”.El objetivo de Cromos era mostrar qué pasaba “al otro lado de la guerra” y no reseñar “el otro lado de la guerra”. La diferencia es grande y obvia.
Se entiende que al embajador y a otros funcionarios del Estado no les guste que en vez de una “guerrilla en desbandada” se muestre la tranquilidad del campamento de ‘Reyes’, los primorosos ramos de flores y el glamour de sus vanidosas muchachas en estos tiempos del Plan Patriota y sus partes victoriosos.
Quizás esa no sea toda la verdad, como dice Medios para la paz: … “Puesto que es la versión de hechos inacabados y cambiantes, suele ser una verdad provisoria que el periodista se ve obligado a corregir, aclarar, complementar o ampliar en sucesivas ediciones”. No es el periodista el que establece una paridad o no entre los agentes del conflicto, son los aciertos o yerros de uno y otro bando. ¿O acaso la culpa del paraíso en el que parece vivir ‘Reyes’ la tiene Gloria Castrillón, la reportera, o su director?
Condicionarle o censurarle, así sea a posteriori, el tema y el enfoque a un periodista que actuó en conciencia es una violación de su autonomía informativa, es como pedirle a quien quiere mostrar el olor de la guayaba, que cambie porque alguien olfatea un olmo, o viceversa.
Las cosas han cambiado, ya no se trata de un ejercicio respetuoso de la ley y del orden institucional sino de la obligación moral y judicial del periodista a favorecer una de las dos partes del conflicto, la que representa esa ley y ese orden institucional.
Algo similar o parecido proponía La Ley de los Caballos, hace 117 años, cuando hablaba de reprimir los delitos que pudieran afectar el orden público.
Así, los periodistas no podrán estar a prudente distancia de “la llama y el hielo”, sino que a los avatares de su labor deberán añadirle tareas como la de ser defensores del programa de Seguridad Democrática y quizás en sus ratos libres formar parte de una red de informantes. Pasando por encima de los 68 códigos de ética que reclaman la independencia del periodista frente al poder y su entorno, el escritor de El desertor dice que no podemos ser neutrales.
Según cita Medios para la paz , la independencia y la verdad están por encima de todo en el código de los periodistas de Austria; los de la Asociación Sigma Delta Chi afirman que son la primera obligación del periodista. En Corea los periodistas consideran que no deben quedar bajo la dependencia de personas que ejerzan el poder y en el código de Gales se admite que el periodista falla si se hace portavoz de políticos o de intereses creados. 30 códigos como estos hacen mención expresa de la independencia como valor necesario para el periodista y 44 denuncian los factores que pueden llegar a limitar su independencia.
Según Mendoza el periodismo no obedece a principios fundamentales y universales, sino a intereses de nación, que son, como sabemos, definidos y delimitados por sus gobiernos. ¿La ética del periodista no debe ser igual aquí, en Venezuela o en Portugal?
Hablar con todas las partes involucradas no será jamás una astucia semántica, dejar de hacerlo por presiones o prejuicios, será el triunfo de una argucia diplomática.
Por supuesto que el periodista es igual en deberes y derechos a los ciudadanos, pero lo que se debe proteger a toda costa son su informaciones u opiniones.
El Tribunal Europeo de Derechos humanos dijo en 1976 que “la libertad de expresión también se aplica con las ideas que ofenden, impactan o inquietan al Estado o a cualquier sector de la población. Esas son las exigencias del pluralismo, la tolerancia y la apertura, sin las cuales no existiría la sociedad democrática” .
Finalmente, quizás a Plinio no le interese saber si el Mono Jojoy escucha a Mozart, como tampoco debió interesarle la pasión de Hitler y Goebbels por Wagner y Las Walkirias. A mí sí me gustaría saber qué escuchaba Thomas Jefferson cuando dijo que prefería una prensa sin gobierno a un gobierno sin prensa, pero especialmente pagaría por averiguar qué melodía acompañaba al embajador en Portugal y autor del “Asno de oro”, cuando no hace mucho tiempo escribió: “la vía más eficaz para afrontar nuestros conflictos y problemas es el ejercicio incesante de un pensamiento crítico”.