Defensora del lector
COLUMNA DE LA DEFENSORA DEL LECTOR
(3 de abril de 2005)
Publicado por El Tiempo

«¡Cómo son de volubles los medios! Elevan a un nivel absurdo a una niña con curvas y después la mandan al quinto infierno porque no frenó en otras curvas. ¡Claro que Tatiana de los Ríos merece castigo, pero no sean tan exagerados!

«De la idolatría voyeurista de cada noche por la paisa, los colombianos pasamos a la petición de condena anticipada… Como pasamos del estupor inicial por el crimen de lesa humanidad en el Urabá antioqueño, que hubiera paralizado a cualquier país civilizado, al olvido voluntario… Fue perverso el despliegue (de los medios) con los pormenores del incidente…»

«Señora Defensora: le pregunto y deseo que me conteste con sinceridad: ¿le hubieran dado pantalla a un senador oportunista y a su anónimo proyecto de cárcel para los conductores borrachos si no fuera por lo que sucedió con una modelo en carreteras de Antioquia? A eso yo lo llamo amarillismo. ¿Y usted?»

Estos y otros mensajes similares llegaron a los buzones destinados a los lectores del periódico. Los quejosos estaban furiosos con el bochornoso accidente de tránsito y, para mi sorpresa, también con la difusión de los hechos en los medios de comunicación. ¿Qué les molestó?, fue mi primer interrogante. Era obvio que se trataba de una noticia que atraía la curiosidad pública. Los artículos al respecto no falsearon la realidad, ni los redactores la matizaron para proteger a la infractora. Entonces, ¿dónde estaba el error? Quienes escribieron, ¿por qué se sentían heridos?

Revisé la información del diario y examiné otras piezas periodísticas para obtener una visión completa de la participación mediática en el asunto. Un día después de que ocurrió este caso, EL TIEMPO lo registró con detalles precisos, gracias al afán del reportero y a la rápida respuesta de un supervisor de, cuya premura «ya la quisiéramos en los funcionarios públicos que investigan sucesos más graves», según se leía en uno de los mensajes citados. El segundo día, el tema saltó a la primera página bajo el titular ‘¿Cárcel a quienes manejan ebrios?’, que se refería al proyecto -desconocido hasta el momento- de un senador. Los párrafos del inicio y del final aludían a la modelo. En una nota adjunta se relataba otra vez lo acontecido y se incluían las revelaciones de un nuevo funcionario. Además, se reiteraba el «grado de alcohol» que tenía la protagonista de la historia, al repetir las declaraciones del supervisor entrevistado el día anterior. Horas más tarde recibí los reclamos.

Hay que admitir que la exposición del incidente en los medios fue alta y que, con el paso de las horas, la atención crecía en lugar de disminuir. También es necesario resaltar, como se ha dicho en varias ocasiones, que las personas que tienen notoriedad en una sociedad se convierten, de alguna manera, en ejemplo para los demás y, en consecuencia, en eje de atracción para la prensa, aun en el ámbito de su actividad privada. El mundo de la farándula, que acude con frecuencia a los reporteros para que le reseñen lo que les conviene a sus efectos comerciales, no puede pedirles, al mismo tiempo, que se silencien en momentos menos gratos.

No obstante, si miramos desapasionadamente las críticas del otro lado, encontramos dos pecadillos que los periodistas intentamos ignorar, pese a que siempre se nos cuelan cuando ejercemos el oficio: el morbo y la extrema dureza para juzgar las fallas humanas (lo que en otros lares se llamaría ausencia de compasión). El voyeurismo, es decir, la enfermedad de los mirones, que uno de los reclamantes le atribuye a la prensa, existe en buena medida. No es sino recordar a los paparazzi, que personifican ese fenómeno. Hubo algo de morbo en la reiteración excesiva sobre el estado de embriaguez de la infractora y en el espacio y ubicación que le dedicaron a las notas. Se especuló -con bases legales- alrededor de la sanción que podrían imponerle y, en cambio, se descuidaron otros datos que podrían interesarles a los lectores, tales como quiénes eran sus acompañantes. En conclusión, solo ella merecía la pena.

En cuanto a la falta de compasión, la discusión no es tan sencilla. ¿Debe un comunicador involucrar sentimientos frente a una noticia? Si se aceptan las emociones en ciertas oportunidades, ¿se afectaría la neutralidad requerida para impedir los sesgos informativos? El punto es delicado porque en periodismo no puede aplicarse una fórmula matemática exacta e infalible. La única medida posible es el equilibrio. No caigamos en la prepotencia de los jueces implacables, ni en la solidaridad complaciente de los amigos íntimos. Un periodista es un profesional que debe mantener la distancia para relatar objetivamente lo que observa. Por otra parte, es un ser humano que no está inmunizado contra los errores. Así debería comprenderlo y transmitirlo.

A los lectores les fastidió la contradicción en el comportamiento de los medios. Primero ensalzaron hasta el cansancio a una persona por su belleza física. Y enseguida le cayeron como perros de caza sobre su presa para avergonzarla en público. Nadie pide que se callen, entre otras razones porque una lección nos cae bien a todos. Pero, por favor, sopesen los hechos y la responsabilidad que puede esperarse de la involucrada. Y pongan los informes en la dimensión y el lugar adecuados.

deflector@eltiempo.com.co

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