Quizás el término no sea el más apropiado ni el más justo, sobre todo si tenemos en cuenta de que se trata de indispensables oficios dentro de la ley, así no gocen de escalafón, prestaciones sociales y mucho menos de reconocimiento general.

Hablamos del trabajo sucio, al que nadie aspira pero que alguien tiene que hacer para que la vida siga su curso normal. Desde vender arepas en las calles en Nueva York avalados por títulos de abogados (como el tan mentado caso de la exjueza colombiana), hasta morir en campos de batalla lejanos vistiendo uniformes prestados y gritando consignas ajenas.

O como tantas y tan disímiles labores que no gozan de la necesaria gratitud de los usuarios, y que incluyen a depiladoras, dentistas, mercaderistas telefónicos, conductores de servicio público, jurados en concursos televisivos, camarógrafos de videos íntimos, árbitros de fútbol o comentaristas de opinión.

Para ejercerlos se necesita un don especial acompañado de unos requisitos que han sistematizado las firmas cazatalentos que no dan abasto, sobre todo cuando se trata de labores de alto perfil. Los postulantes deben garantizar que no son proclives al sonrojo, que nunca les tiembla la voz, que no hacen lagunas mentales frente a los chiflidos y especialmente que gozan de sonrisa pepsodent para hacer ver que no le tienen miedo al ridículo.

Si usted tienen esas condiciones está listo para postularse como presentador de concursos intimistas en la programación televisiva cuando la verdad y la truculencia se confunden con los ronquidos; o como miembro de la Junta directiva del Banco de la República para frenar al mismo tiempo la inflación, el desempleo, el crecimiento y la temperatura de los capitales circulantes; o como congresista para votar a favor del paramilitarismo como delito político sin declararse impedido; o como asesor semántico, ideólogo y redactor de discursos de la Casa de Nariño durante el día y luego como su defensor de oficio en al radio nocturna; o como técnico, gramillero, ingeniero civil y aguatero de la selección colombiana de fútbol.

Si la calificación no le da para tanto, todavía tiene opción como ministro de estado o alto Consejero (así no pase la media del actual sanedrín que ya alcanza el metro con 58 centímetros). No tendrá que hacer mucho, si acaso descalificar inermes profesores caminantes, madres deshijadas por la violencia, familiares de secuestrados en general y académicos anónimos. No necesita muchos argumentos, para eso están los ataques personales, los rumores, las suposiciones y una que otra mentirilla piadosa, que son como la cartilla Charry de esa función pública. Si la estrategia no le resulta, será, por supuesto culpa de los periodistas o de chismes de la oposición.

Ahora que si esas mímimas exigencias le han dejado por fuera de opción, siempre está la posibilidad de ingresar a las firmas encuestadoras de favorabilidad, y en últimas, al mismo Dane, donde ya deben estar pensando que si contabilizan los miles de colombianos que hacen los, a todas luces, necesarios trabajos sucios, estaremos muy cerca de extirpar el desempleo. Que se dejen de escrúpulos, alguien tiene que hacerlo.

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