Que no se nos olvide

Sabe distinto esta Semana por la Paz. Debería ser, como se alcanzó a barruntar hace un año, un tiempo para la celebración masiva, la evaluación y la proyección de la mayor de las conquistas de este país en los últimos 50 años. (Publica El Espectador)

Debería ser también, como lo fue antaño, el tema aglutinador en medios, redes y conversa pública de la movilización ciudadana que la inspiró, para evidenciar la labor de quienes trabajan, a riesgo de sus propias vidas, para construir la paz y dignificar la vida.

Debería ser también el empeño nacional por vencer el determinismo y el pesimismo frente a las sombras que se avizoran en el horizonte.

Es verdad que hay incertidumbre por el paradero y planes de algunos líderes de las Farc, por la falta de condiciones y de voluntad del Eln y el Gobierno para liberar a los cuatro uniformados y dos civiles secuestrados, por la masacre inmisericorde de líderes sociales a los que se suman los de Tarazá y Cajibío, o por los centenares de desplazados en Chocó por combates entre el Eln y el clan del Golfo.

La tarea conjunta es impedir que se naturalicen esos actos de violencia como un designio o como una lógica; es poner de relieve las actividades de quienes, como quienes reciben el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos, trabajan por sus comunidades y necesitan pronta protección y apoyo; es salirnos de esta calma chicha y reactivar las propuestas y exigencias de paz a todos los actores armados y a quienes los aúpan; es colorear la paz, como lo propone el simbolismo de los organizadores, para allanar el camino a la reconciliación.

Esa fuerza de la opinión pública volcada es capaz de cambiar tendencias y poner en tensión prejuicios, como lo confirmó el espaldarazo a la consulta anticorrupción. Hay un camino recorrido y unos pactos que deben ser defendidos, respetados y extendidos que no son de ningún gobierno o partido. La utopía de la paz comenzó con una semana. Hay vida y esperanza. Que no se nos olvide…

El año del reconocimiento

Por Mario Morales

De todo le hemos dicho a este pobre año que agoniza: que el año de las mentiras, de la rabia, del engaño o de la posverdad como eligió el diccionario Oxford, o como quiere hacerlo la Fundación del español urgente, Fundeu, con una preselección de 12 palabras que sinteticen estos 366 días delirantes, confusos y bipolares. (Publica El Espectador)

Si bien algunos de esos términos escogidos ayudan a resumir el 2016, como populismo, LGTfobia, abstenciocracia o bizarro (sinónimo de raro o extravagante), otros etiquetan la época que padecemos: valga citar el de ningufoneo, que es la manía de despreciar al que está en frente por privilegiar el dispositivo móvil; o el de vendehúmos, para calificar al que promete por vicio, o el de cuñadismo, para significar al que posa de saberlo todo para imponer lo que piensa.

Más brevemente, podría decirse que fue el año del no. No sólo por la respuesta ciudadana a convocatorias políticas innecesarias, sino por la actitud generalizada de la raza humana de negarse al cambio. Siempre será más fácil oponerse. Las mayorías parecen estar de lado de lo malo conocido que lo bueno por conocer. Zona de seguridad que llaman.

En el año de la emoción y de las creencias redescubrimos que la gente prefiere el orden a la libertad; la seguridad al libre albedrío; la mano fuerte a la incertidumbre de las mayorías. Nada nuevo, por supuesto; la diferencia es que dejó de ser vergonzante, por temor a las jaurías racionalistas, para manifestarse abiertamente.

Ha sido un año de ruptura; de la información para ser libres entramos sin rubor a la noticia deseada, como la llamó Wiñaski, la que queremos escuchar sin importar su porcentaje de verdad.

En fin, un año distópico. Lo malo es que nos movemos en término antiéticos y contrarios al de una sociedad soñada. Lo rescatable es que por fin estamos reconociendo lo que somos, con todas nuestras miserias. De ahí en adelante todo es ganancia.

Moraleja: Para todos un mejor año pleno de bendicione

Generalistas y exagerados

Por Mario Morales

El lenguaje, y no la lengua, es la patria, se suele decir, o al revés, en medio de fuertes debates. Pero si tal significado existe, no hay duda de que el nuestro, el lenguaje colombiano, el tono que impregna la intencionalidad de lo que queremos expresar, ha construido imaginarios, a cual más inapropiados o inexactos por culpa de generalizaciones y de las exageraciones, que han ayudado a definir nuestra cultura. (Publica El Espectador)

Ese tono que no se detiene en los términos medios ni en los matices nos ha llevado durante siglos, por la vía de la esquizofrenia, a extremos de los que hacemos gala, disculpados por nuestra presunta personalidad macondiana.

Y así vamos por la vida creyéndonos unas veces paradigma del trabajo honrado y esforzado y, otras veces, encarnación misma de la picardía y la trapacería. Aquí todo es cuestión de vida o muerte, hasta el juego de rana dominical. En estas latitudes la historia “se parte en dos”, en promedio cada semana.

En nuestro ámbito se define el futuro del país en cada debate y, más grave aún, en cada declaración. Los grises y las posiciones que orbitan los centros son descalificados por tibios y la ponderación dejó de ser una virtud para convertirse en una tara conversacional.

De nada, pues, servirá la guerra que queremos dejar atrás si no entendemos que en este collage pluriétnico habitan distintos que piensan diferente y tienen ideas y soluciones diversas. Nada significará todo este pandemónium alrededor del plebiscito si no comenzamos por aceptar que entre el Sí rotundo e incondicional y el No obcecado y pertinaz hay conglomerados variopintos obligados a callar porque les huyen a rótulos, etiquetas y la inamovilidad.

Hay más país, otros países que conviven aquí y que son omitidos por un lenguaje que solo distingue entre ilustres y ninguneados, entre arriesgados y borregos, entre iluminados y duros de corazón, entre virtuosos y malos por vocación.

Quizás antes que nuevas constituciones o acuerdos políticos, debamos comenzar por cambiar el lenguaje en que debatimos y nos narramos. O por lo menos una parte, para no ser generalistas ni exagerados.

Español correcto: Los cargos se escriben con minúscula inicial/Jairo Cala

Por Jairo Cal Otero / Editor de textos – Conferencista. Constantemente hay consultas sobre cómo se escriben los nombres de los cargos que la gente ocupa en las empresas, bien sean del Gobierno, o bien del sector privado. Las formulan porque hay dudas sobre el particular.
Las autoridades lingüísticas -que a muchos abochornan y les provocan urticaria- son claras al indicar que los nombres de los cargos, como presidente, ministro, secretario, director y términos similares deben escribirse con minúscula inicial, por tratarse de sustantivos comunes.
Es habitual que en los medios periodísticos impresos se escriban esos nombres (como gobernante, jefe de Estado, etc.) con mayúscula inicial.
Algunos ejemplos, son:
*»El Presidente se volvió a reunir con los voceros autorizados del sindicato».
*»Tras recuperarse de su enfermedad, el Ministro de Hacienda reapareció públicamente».
*»Los dos candidatos podrían ser el próximo Jefe de Estado, según las encuestas».
*»El Secretario renunció para ser candidato”.
“Aunque el Diccionario panhispánico de dudas indica que se puede usar mayúscula inicial cuando se hace referencia a una persona concreta que ejerce un cargo de este tipo, sin mención de su nombre propio, la nueva edición de la Ortografía de la lengua española recomienda el uso de minúsculas en toda circunstancia, se trate o no de este tipo de alusión”, señala la Fundación del Español Urgente, aliada de la Real Academia Española -RAE-.
En tal circunstancia, en los ejemplos arriba citados debió escribirse:
*»El presidente se volvió a reunir con los voceros autorizados del sindicato».
*»Tras recuperarse de su enfermedad, el ministro de Hacienda reapareció públicamente».
*»Los dos candidatos podrían ser el próximo jefe de Estado, según las encuestas».
*»El secretario renunció para ser candidato”.
Nótese que las palabras “Hacienda” y “Estado” mantienen sus iniciales en mayúscula, pues son complementos del cargo. Éste, el cargo base, es el único sobre el que recae la nueva norma de la minúscula inicial.
Como quien dice: es una minúscula innovación en la Ortografía.
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Observaciones idiomáticas en televisión, con Jairo Cala Otero.
Sintonice, todos los martes a las 8:45 a. m., el programa “Café de la mañana”, del Canal TRO.

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