Por Javier Darío Restrepo
Durante cuatro meses, una campaña de manejo de medios, que costó 397.000 dólares, logró mantener lejos de las hogueras del escándalo los errores y abusos del ejército de Estados Unidos en Afganistán. Publica El Colombiano. El mismo recurso se había utilizado cuando miles de personas murieron en Chorrillos, el barrio popular de ciudad de Panamá durante la invasión de Estados Unidos. La prensa mundial dio cuenta de 500 muertos nada más.

Un contrato de información estratégica por 100.000 dólares con la Oficina de Información Estratégica, OSI en inglés, en febrero de 2002 fue el comienzo de una campaña de desinformación para hacer del Islam un enemigo como el comunismo durante la guerra fría. El emirato kuwaití durante 10 meses pagó un millón de dólares mensuales para una campaña que creó la ilusión de que el pueblo de Estados Unidos apoyaba la liberación de ese emirato; de esa campaña hizo parte la difusión de historias de horror como la que contó una niña de 15 años que habría visto entrar soldados de Irak a una clínica y dar muerte a 15 bebés en sus incubadoras. Después, ante el House Committee on Foreign Affairs, se habló de 312 bebés asesinados por los iraquíes. Fueron acusaciones que sensibilizaron a la opinión para que respaldara la invasión militar del 12 de enero de 1991 a Irak. Caían en Bagdad las primeras bombas cuando el periodista Alexander Cockburn demostraba en Los Ángeles Times que las historias de bebés asesinados eran falsas. La ABC y Seymour Hersh no se pusieron de acuerdo: ¿fueron 33 o 100 millones de dólares los que pagó la CIA para la creación del Consejo Nacional Iraquí, la institución de bolsillo que debía cambiar la opinión de los iraquíes y validar la segunda guerra del golfo?

En todos estos episodios figura el nombre de John Rendón, junto con la empresa Hill y Knowlton, como contratistas de actividades de propaganda y relaciones públicas, al servicio de gobiernos o entidades anticomunistas en el mundo. En la página web del Grupo Rendón se afirma que ha trabajado en 80 países y entre ellos menciona los contratos con el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la Policía de Colombia, entidades con las que este grupo elaboró programas de entrenamiento de comunicaciones estratégicas y un programa multifacético para el Ministerio de Defensa en coordinación con el Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Franklin Foer en The New Republic, 20-08-02, describía el trabajo de Rendón como una estrategia de golpes efectistas, respuestas veloces que deslumbraban al público y frases breves fáciles de recordar: la CIA sin embargo ante sus desmesurados costos y su trabajo amateur de propaganda negra decidió realizar una auditoría a la empresa.

Este es el perfil del asesor contratado por el ministro Juan Manuel Santos para el partido de la U y luego para el Ministerio de la Defensa, en donde parecería que ha estado detrás de campañas como la de las cartas de poker con las imágenes de los jefes guerrilleros, copia de la que se puso en circulación con los principales colaboradores de Hussein después de la invasión a Irak.

Pero lo más revelador es el estilo mantenido en la acusación contra Rafael Pardo, reproducido en dos ocasiones contra Carlos Gaviria e intentado contra el senador Petro en cabeza de su ex esposa. Todos estos intentos desinformativos, si no son suyos, tienen la misma torpe marca Rendón. Ellos son de izquierda, luego tienen que ser malos: el hecho no está comprobado, pero no hace falta verificar y si ellos lo desmienten, era la aclaración que necesitábamos, que fue la singular lógica manejada por el ministro Santos en el episodio The Guardian. En cada caso tuvo que rectificar, pero el daño ya estaba hecho y de eso se trataba.

J. Rendón se ha definido como un guerrero de la información y un administrador de la percepción, tan eficaz que convirtió a los periodistas durante las guerras del Golfo en dóciles turistas bélicos a quienes los mandos militares les mostraban lo que querían cuando querían, según el estudio de Naief Yahya sobre Guerra y Propaganda.

Trasladar esta guerra de la información al Ministerio de Defensa equivaldría a convertir en política oficial el uso de la mentira, la calumnia y la desinformación, que son las armas de la propaganda negra de Rendón. Copiar la política de la tercera vía del primer ministro Blair fue un intento torpe, pero inocuo, pero trasplantar lo peor de la política de engaño de los presidentes Bush, los contratistas de Rendón, es degradar aún más la política colombiana.

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