Por Jotaeme Pereira
En el aeropuerto de Pasto un helicóptero de la Policía Nacional se abastece de combustible. Aterrizó de manera lenta. Sus hélices sonaban, tanto así que estremecían los ventanales del restaurante donde estábamos unas veinte personas esperando el llamado para abordar el avión de regreso a casa. Todos vimos su aterrizaje y, luego, tan solo en pocos minutos, el decolaje.
Tenía la figura de un insecto, como la de un grillo o saltamontes. Este abastecimiento no era el primero. Estaba vigilando la ciudad. Era la víspera de las elecciones locales de 2007. El ambiente, como en todo proceso electoral del país, estaba tenso. Y estos saltamontes se multiplican por montones como plagas de época.
En el restaurante del aeropuerto, aunque no hacía calor, cuatro abanicos de aspas daban vuelta y revueltas. Los mozos atendían, muy diligentes, a los pasajeros que esperábamos el avión de Avianca. Tres personajes me llamaron la atención. Habían viajado conmigo en el taxi-colectivo de Pasto al aeropuerto.
Una mujer, abogada, de cabello negro y piel color canela, con bufanda de lana virgen alrededor del cuello, gafas grandes de sol, bien oscuras, de esas que están a la moda. Hablaba hasta por lo poros y viajaba desde Perú y Ecuador. Dijo que se dedicaba a asesorar empresas, que venía a votar en las elecciones de domingo porque no podría permitir que en Bogotá, se fuera a elegir un candidato de la izquierda, “representante de un grupo que había matado a sus profesores en la toma del Palacio de Justicia.”
El otro era un comerciante. Un paisa que tenía almacenes de venta de ropa en Ipiales. Habló de lo avispados que somos los colombianos, lo berracos y pilos porque acá “el que se duerme se lo lleva la corriente”. Se quejaba de los taxistas colombianos, el abuso en el cobro en las tarifas de los peajes y del mal estado de las carreteras. Quería radicarse en Quito, una ciudad amable donde admiraban a los colombianos. Especialmente a las colombianas, afirmó que “en Quito se rumora que el ochenta por ciento de las prostitutas son caleñas y paisas.”
Y el músico, un compositor de cumbias, había trabajado con Lisandro Meza. Ahora tenía su propio grupo con varios CD grabados. Habló de una larga gira por Europa. Había ganado un festival de orquesta en una feria de Cali. Le pidió al taxista que sintonizara una emisora local donde pasaban una entrevista que le habían hecho. Habló de su viaje a Grecia y de cómo “la cumbia, la música colombiana por excelencia, rompía las barreras del idioma”.
Todos estaban agradecidos por la seguridad en las carreteras. El país había cambiado y era necesario firmar el tratado de libre comercio con Estados Unidos. Pero seguramente no estaban enterados del asesinato de los unos veinte candidatos a las corporaciones públicas en los últimos días. El taxista se declaró hincha de Navarro, la abogada detestaba a Petro, el paisa era fiel a Uribe y el músico fanático de la cumbia.
Yo venía de hablar con estudiantes de periodismo durante tres días. Era mi tercer viaja a Pasto. Una ciudad que me había cautivado. Su gente especialmente amable y cariñosa, con un humor muy especial. Grandes montañas, un clima muy agradable. El volcán Galeras, ahí, al frente. En cada rincón, en cada sabor, en cada palabra y en cada persona hay una sorpresa. Con los estudiantes hablamos de ciudadanías, salud y medio ambiente. Ellos hicieron un trabajo de recolección de experiencias de comunicación y periodismo en la ciudad y en el Departamento sobre estos temas. Descubrieron y me mostraron todo lo que, algunas organizaciones, hacen, han hecho y son capaces de hacer a favor de la gente.
Fue una experiencia significativa, llena de información y mucho conocimiento local, hecho allí en la región. Descubrieron, a diferencia de mis amigos viajeros del aeropuerto, que en salud, medio ambiente y en política no todo estaba bien. Estaban convencidos que la situación social andaba muy mal y por ello culpaban a los políticos. Estos jóvenes tampoco sabían cuántos candidatos habían muerto. Estaban preocupados por su futuro laboral. Pero no veían ni al trabajo, la salud, el medio ambiente o la participación ciudadana como problemas centrales de la política. Asociaban la política con politiquería y corrupción. Eso que les habían mostrado muchos de los políticos en ejercicio.
Por los parlantes del aeropuerto nos hacen el llamado para pasar a bordo. Antes se me acerca Jairo, un músico local y me ofrece su CD “Mensajero del viento”. Otro helicóptero se acerca nuevamente, para abastecerse de combustible, totalmente artillado. Es claro que tampoco su tripulación tiene por qué saber el por qué y el para qué de la política, si todo “está bien” en tiempos de miedo y seguridad democrática. El helicóptero se eleva como un mensajero en estos tiempos de tormenta política. Entendí que no era un grillo o un saltamontes como los que veía en la infancia en los Montes de María. Era un mensajero del miedo y no del viento como la música de Jairo.
El voto de la abogada no alcanzó para su propósito. Seguramente el comerciante no ha pensado sobre las consecuencias del TLC en su pequeño negocio. Confirmado, la música sigue siendo nuestro rostro amable en el exterior. El taxista la tenía clara. Mis estudiantes comprendieron más su problemática local. Y el país, contra el miedo que produce el saltamontes y la seguridad democrática, hizo un conjuro: Moreno en Bogotá, Navarro en Nariño, Verano de la Rosa en Atlántico, Maríamulata en Cartagena, Salazar en Medellín y Ospina en Cali. Definitivamente, los colombianos, están aprendiendo a ¡no hacer caso!
JM Pereira
jotaeme61@hotmail.com
30-10-07