Por Mariomorales
Es, como diría, el doctor Emilio Yunis, cuestión de genética. La acción de marchar está inscrita en nuestro ADN desde que comenzaron (y aún no terminan) los desplazamientos indígenas en nuestro continente. Por eso no es gratuito que entre los mejores marchistas del mundo (competitivos que somos) estén los mexicanos, los ecuatorianos y, un poco más lejos, los colombianos.

Sí. Nuestra raza es marchista de largo aliento, como lo prueban las caminatas y el protestantismo que nos ha acompañado durante los últimos cien años, de manera ininterrumpida. Desde las jornadas pedestres de 1909 (cuando Rafael Reyes, embebido en su reelección, daba sus primeros pasitos como dictador), pasando por los años 20 y sus marchas con antorchas o contra las grandes y chiquitas multinacionales del banano (y que siguen viendo marchar), o las marchas de los años 50 al comienzo y la mitad y al final de la dictadura de Rojas, o las marchas en los 60 y 70 que vieron las metamorfosis (que no son invento del siglo XXI) de las marchas campesinas a las marchas obreras, hombro a hombro con los estudiantes que antes que patines Chicago y monaretas prefirieron montarse en sus Croydon (como mal lo cuenta el melo-soft-drama de ‘La sucursal del cielo’), hasta las marchas obligadas por la presión de los transportadores en paro, de los violentos en paro, o del paro del Estado, y las marchas más recientes, repetidas y nutridas, en contra de la ley de transferencias (¿alguien las recuerda?).

Esa experiencia centenaria, reseñada a marchas forzadas, nos ha enseñando que todos, a cual más, desde que tenemos uso de razón, tenemos una razón para marchar. Por eso hay más probabilidades de que conozcamos a alguien que haya participado en una marcha a que sepamos de alguno que haya sido entrevistado para una encuesta política de favorabilidad.

Todo ello explica las pasiones encontradas que ha despertado la convocatoria del 4 de febrero. Se nota que sus organizadores no tienen experiencia. El manual del organizador de marchas enseña que hay que hacer una marcha previa para establecer la razón fundamental de la marcha principal; así hubieran dejado claro el objetivo desde el comienzo y se hubiesen evitado tantas suspicacias. Hubieran sabido que es mejor promover una marcha un jueves con la posibilidad de extenderla hasta el viernes y, tal vez, amanecer del domingo. Y, claro, la hubiesen ubicado en el calendario buscando la insatisfacción que producen los días previos, y no posteriores, a la quincena, y sobre todo en cualquier fecha menos el primer lunes de carnaval.

Claro, eso de excluir todos los demás problemas y sus respectivos responsables tiene sus ventajas, no crean. Ha sido, a todas luces, injusto que los únicos días constituidos legalmente para una marcha sean el primero de mayo, el 20 de julio, el 7 de agosto y el 22 de noviembre (este último dedicado a la marcha contra la violencia hacia la mujer). Una programación que, aparte de escasa, es discriminatoria y excluyente.

Ya va siendo hora de organizar un calendario (así sea que para ello tengamos que organizar una marcha), en el que el menú nos permita salir a protestar, según preferencias, contra los ‘paras’, contra los políticos, contra los periodistas metidos a propagandistas, contra el secuestro, contra los propagandistas que quieren parecer periodistas, contra los parapolíticos, contra la intolerancia, contra las masacres, contra los narcopolíticos, contra la guerra en todas sus formas, contra la autocensura, contra el odio, contra los terropolíticos, contra el desplazamiento (esa otra forma de marcha inexorable), contra el exilio (la más abominable forma de tener que marcharse), contra la organización de marchas y, por supuesto, contra los que se burlan de las marchas.

Que cada uno tenga la suya, como lo hizo ejemplarmente el profesor Moncayo (usado y desgastado por los medios), no importa que debamos tener semanas con más de una marcha, que tengamos menos prensa apasionada para difundir, menos funcionarios colinchados para confundir, o menos vías para transitar.

Que todos podamos tener, así sea por unos pocos minutos, nuestro pedacito de acera para gritar con nuestros ‘No’, nuestros ‘todavía’, como alguna vez dijo o declamó César Vallejo (su poesía estaba llena de mundo).

No importa que tengamos que declarar la marcha como deporte nacional, a Facebook como sitio de encuentro o de ‘parche’ y que ahora, todas las semanas, la pregunta de cajón sea: y tú, este lunes ¿contra quién vas a marchar?

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