Por Javier Darío Restrepo
Acostumbrados a controlarlo todo, a las buenas o a las malas, los congresistas implicados en el escándalo de la parapolítica, tuvieron la misma desagradable sorpresa que les salió al encuentro a los encartados en el proceso ochomil: la prensa no estuvo de su lado;
por el contrario las tentativas de echarle tierra al escándalo fracasaron y las acusaciones se mantuvieron vivas y coleando en titulares, crónicas, análisis, informes especiales y seguimiento permanente del tema. (publica Cambio)

En el ochomil y en el proceso de la parapolítica se ha sentido el jadeo de un pulso de poderes. Por un lado: el de los políticos «amigos del director», el de los gobiernos -el de Samper y el de Uribe cada quien dentro de su estilo,- el de los partidos afectados, el de la opinión radicalizada. Por el otro lado , el pulso de los medios.

Si de los poderes hubiera dependido, los dos escándalos habrían quedado silenciados por el vocerío retórico de los denunciados y de sus amigos; pero la persistente y lúcida acción de la prensa impidió esa clase de impunidad. Es la primera respuesta que encuentro para la pregunta sobre la actuación de la prensa frente al escándalo de la parapolítica.

Pero nada ni nadie es absolutamente bueno o malo. Las fortalezas y debilidades se combinan y convierten las realidades en unos complejos entramados de blancos, negros y grises. Les pasa a los medios de comunicación, sobre todo los electrónicos.

Son medios sometidos a la doble presión del tiempo y de lo comercial. De la omnipresente escasez de tiempo resultan unas informaciones acezantes, en las que, para llegar a tiempo y antes que la competencia, se atropella la verdad y se la muestra incompleta, o apenas si se alcanza a exhibir su piel. Son esas noticias de los » ¡Extra!», «¡Exclusiva!», «Última hora,» que, al día siguiente o en la misma emisión tienen que ser corregidas, o ampliadas, o rectificadas. De la presión comercial han resultado las informaciones leves, o de fácil consumo, parecidas a las crispetas con que se acompañan las sesiones de cine o de televisión.

Sin embargo, a pesar de su dudosa calidad informativa, la noticia de televisión tiene un consumo del 80%, porcentaje parecido al de la popularidad presidencial.

Las filtraciones

En los escándalos -ocho mil y parapolítica- las filtraciones pusieron a prueba la independencia y la calidad investigativa de los medios. En medio de la agitación que produjo la revelación de las llamadas que pusieron al descubierto la impunidad con que los jefes paras habían seguido delinquiendo desde la cárcel, la prensa acogió como suyas las voces de quienes defendieron el derecho a informar y lo desligaron de sus efectos sobre la acción de la justicia. Esa polémica regresó, atizada por el vicepresidente Santos cuando comenzaron a aparecer las confesiones de los paramilitares, utilizadas por ellos como otra arma de lucha política.

«No es nuestra labor decidir si eso es verdad o no,» opinó un director de medio. Así, el éxito y la calidad de la información periodística llegó a medirse con el parámetro de la audacia para obtener y publicar piezas de procesos, confesiones de sindicados o versiones de testigos; fueron materiales que se le entregaron al público como trozos de carne cruda.

Entre los dos extremos: el de callar, que hubiesen querido imponer las autoridades, y el de publicar todo lo que obtuvieran los reporteros en sus jornadas de cacería, no se tuvo en cuenta, en la generalidad de los casos, el justo medio de la información verificada, interpretada, contextualizada, con antecedentes y proyecciones y sometida a análisis, que fue el ideal al que se acercaron los medios impresos.

Sin embargo, la idea de publicar sin investigar la verdad o la falsedad de documentos y testimonios, les dio a las fuentes – en su mayor parte delincuentes — un arma poderosa. Cuanto dijeron los paramilitares en sus testimonios, difundido sin crítica ni análisis, contribuyó a crear un ambiente de confusión y desconfianza que no cesó con su extradición porque para entonces ya habían tomado la palabra, las filtraciones de los archivos de los computadores de Reyes. Se repitió el viejo error de informar con base en las filtraciones publicadas en bruto, sin el procesamiento inteligente del buen periodismo.
Periodismo atrincherado

Otra prueba difícil para el periodismo han sido las sesiones del congreso en las que el tema ha sido o la moción de censura contra los ministros de defensa o de agricultura, o las relaciones del presidente Uribe con las Convivir y los paras; o las acusaciones contra la senadora Piedad Córdoba. Fueron debates condicionados por un clima de radicalización e intolerancia de las partes, que hizo más necesaria la cabeza fría y la distancia de la prensa. La legítima toma de posición de las páginas editoriales, se convirtió en contaminación cuando permeó la información en los medios impresos. En los medios electrónicos fue alineamiento apenas disimulado que utilizó enfoques de cámaras, resúmenes, selectividad en las entrevistas y en la edición de voces, para informar a favor o en contra de las partes en disputa.

Entre dos fuegos

Ese ambiente de radicalización extrema de furibistas y antiuribistas, dejó a los medios entre dos fuegos. Así lo sintió la organización Reporteros sin Fronteras en su informe de este año sobre «los peores predadores de la libertad de prensa.» Colombia fue el único país mencionado en dos ocasiones en la lista. Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) apareció como una asociación de bandas » que empujan a los periodistas a la autocensura y al exilio,». En una segunda mención, el informe aludió a las FARC «autoras del secuestro de medio centenar de periodistas desde 1997, y en las regiones que controlan hacen prácticamente imposible el trabajo de los periodistas.» Colombia ocupa en ese informe un bochornoso lugar, el 126, entre otros países convertidos en las zonas rojas de la prensa libre.

Durante el proceso de la parapolítica, la prensa ha sido mirada como una amenaza por unos y por otros. Lo sintieron así los reporteros antioqueños que trabajaban en el Palacio de Justicia, cuando hombres al servicio de El Alemán los agredieron con intimidaciones y amenazas. El cabecilla paramilitar había dicho en su versión libre que los medios «estaban infiltrados por la guerrilla.» Ese mismo calificativo reciben quienes informan o comentan algo en contra del presidente Uribe. También reaccionan así desde el otro lado: si el periodista económico destaca las bondades del TLC, o si el comentarista está en desacuerdo con Piedad Córdoba, no escaparán al calificativo de paramilitares.

Esta intolerancia ambiente ha generado formas periodísticas desprovistas de crítica y análisis, y con ellas el peligro de una información insípida, sin los adobos de la interpretación y el examen detenido de los hechos; así se evitan el periodista y el medio las reacciones de los intolerantes.

Este recurso defensivo, adoptado por instinto de conservación, o como aplicación de la idea de que al periodista sólo le corresponde presentar los hechos y nada más, ha creado la sensación del unanimismo de la prensa. De hecho, el presidente Uribe es una omnipresente figura mediática: su imagen, su voz, sus palabras, hacen parte del menú noticioso diario hasta configurar una casi enfermiza dependencia de la prensa, de la imagen presidencial.

Boletines reverenciados

A esa dependencia se agrega la acogida inmediata y sin examen de la información originada en la casa presidencial y en las agencias de gobierno. El caso de mayores consecuencias fue la reproducción a la letra de las versiones del ministerio de Defensa y de las revelaciones del director de la policía sobre los computadores de Reyes. No hubo entonces preguntas, las que siempre deben hacerse, sobre la fiabilidad de esas informaciones. Ninguna autoridad forense, ni expertos avalaron, por ejemplo, los cuestionables datos de la conferencia de prensa del general Naranjo.

Una mayor independencia respecto de las fuentes oficiales, le habría dado otra orientación a la publicación de esos materiales, a las versiones de los líderes paramilitares, a las confesiones de antiguos paramilitares y guerrilleros.

En cambio pueden señalarse como momentos brillantes de la prensa, aquellos en que ha cumplido su misión de vigía.

Cuando en las curules de los congresistas aparecieron cinco propuestas en las que, con habilidad de tinterillos, los autores presentaban para su aprobación, las claves que abrirían las puertas de la prisión a los congresistas presos, los titulares denunciaron con un clamor tan sonoro como el de los gansos del capitolio romano: «todo apunta a la libertad de los parapolíticos.» Fue una alarma general que despertó a una opinión casi anestesiada por el exceso de noticias. Con la misma eficacia de los reflectores que barren en la noche los muros de la cárcel, los titulares y comentarios de prensa revelaron por donde se proyectaba el tunel de la fuga.

Dosis de desmemoria

La somnolencia que sacudieron ese y otros anuncios, tiene que ver con la discutible habilidad de la prensa para tener y vocear un extra todos los días. Desde afuera, la de Colombia se ve como una prensa viva, con capacidad para contar hechos extraordinarios de ordinario. Son hechos de tal magnitud que ocupan titulares de prensa destacados durante un tiempo breve, porque, como flores de un día, desaparecen cuando explota un nuevo hecho que hace olvidar los anteriores, de modo que el periódico o el noticiero diarios parecen dosis de olvido, tanto más efectivas porque el afán de la chiva, ese grito comercial disfrazado de noticia, el alarido de los ¡Extras!, no son equilibrados por un periodismo reflexivo, con el talento y la procura necesarias para dar una visión de conjunto de los hechos escandalosos y para entregar a los lectores un indispensable viático de comprensión e interpretación indispensables para que los consumidores de noticias no se pierdan entre el endiablado dédalo de nuestros conflictos.

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