Por: Mario Morales
Equipo hay, como dicen los especialistas contagiados por la fiebre del fútbol que nos toca por estos días. La euforia nace de las recientes incorporaciones de Garzón y Gaviria a la convocatoria, a la que han llegado figuras de trayectoria y fama bien ganada. Pero es evidente que a esa selección de la oposición política en Colombia le hace falta un estratega. (Publica El Espectador)
Línea por línea tienen nombres de quilates que envidian los países vecinos y que hacen creer que tienen con qué pelear la clasificación. En esa nómina son inamovibles por ahora, en el sector derecho defensivo, Rafael Pardo y el mismo César Gaviria. En el centro tiene ficha asegurada el creativo Antanas Mockus, acompañado por las gambetas de Lucho Garzón y la función de marca de Alfonso Gómez Méndez. Un poco más lateralizados aparecen Sergio Fajardo, recién ascendido de las inferiores, y Gustavo Petro, hábil en la proyección y en el rebote. En la punta izquierda Carlos Gaviria ha demostrado que todavía tiene tanque y puede marcar de cabeza.
Pero, decíamos, les falta un técnico o por lo menos, para no sobrepasar costos, un motivador general. Su misión es múltiple: antes que nada, mantener la cohesión del grupo en medio de tantos egos y tantas individualidades. En seguida, hacerles entender que están en un torneo de largo aliento. Y finalmente, como meta principal, convencerlos de que el título más importante no es la derrota de Uribe en su eventual segunda reelección. Sería un objetivo cortoplacista y miope.
En las graderías esperan una propuesta alternativa de juego más allá del contragolpe, que en vez de tener puesta la mirada reactiva en un adversario piense en toda la fanaticada, la que está y la que ha de venir; que establezca una diferencia y un estilo distanciados del manoseo y del toque toque que sólo lleva a las mutuas amonestaciones; que domine la técnica “del agrande” a la hora de reconocer logros, pero que sea afectiva en el “achique” para evitar goles de camerino o presiones indebidas de las barras bravas.
Se trata pues de una estrategia de juego creativo y productivo que pase del terreno de las negaciones, que no se deje quitar la iniciativa, que no se resigne a estar a la defensiva mientras pasa el chaparrón y que no dependa de las decisiones del rival para decidirse a poner en juego su propia táctica.
En fin, un esquema abierto a nuevas contrataciones que tengan espíritu de sacrificio y humildad para ir a la suplencia, que reivindique el juego limpio, que sea una opción duradera que colme las tribunas y que no se quede viviendo del cuento de los nombres o de la trayectoria que les ha hecho creer que juegan como nunca para terminar perdiendo como siempre.