Por: Mario Morales
Ya se sabe. Que no haya sangre. Esa es la inferencia doblemoralista de nuestra sociedad occidental cristiana. Cualquiera puede hacer con su vida íntima, social o política lo que quiera, siempre y cuando no se vierta el vital líquido, como decían los periodistas de crónica roja, cuando había. (Publica El Espectador)
No lo sabía Max Mosley, presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, a quien la prensa miraba con gula y curiosidad (y hasta con envidia, en este país adicto al maltrato físico) por sus 45 años ininterrumpidos de prácticas sadomasoquistas. Sólo el trasero sangrante de una de las meretrices con quienes “interactuaba” (y no las tundas, latigazos, palmadas, coscorrones y pellizcos habidos durante cerca de medio siglo) lo tienen pisando los terrenos de lo delictivo.
Lo han venido a saber en estos dos últimos años los presos políticos, terroristas y rebeldes chechenos, caucásicos, palestinos y africanos que con una frecuencia inusitada son excarcelados o perdonados porque en su prontuario aparece todo tipo de acciones ilegales, pero no delitos de sangre.
Lo piensan y quieren hacérnoslo creer los parapolíticos, los financiadores y los asesores de los grupos armados ilegales que se declaran inocentes (cuando no víctimas), y arguyen como toda defensa que “sus” manos no están manchadas de sangre.
Lo están descubriendo los causantes de accidentes de tránsito, sin importar los daños materiales originados, y, como en España, si acaso son “condenados” a trabajo comunitario si no queda sangre en la vía.
Lo saben los coordinadores de operaciones militares que se han llevado por delante insignias y organizaciones humanitarias, empresas y roles periodísticos y una porción de verdad (y con ella al resto) y se han justificado sin pedir perdón porque han actuado “limpiamente” (sic), es decir, sin derramamiento de sangre.
Lo imaginan los responsables de la salud, las vías y el transporte en este país enfermo, desatendido, incomunicado y aislado. Pero no renuncian porque no hay pruebas de que se haya vertido sangre por ello.
Lo sabemos todos, que esta cultura no es hemofóbica ni le tiene aversión a la sangre, como les consta a los aficionados a los toros, los gallos, el boxeo, Tarantino y ciertos periódicos vespertinos. Sólo que la evitamos tácticamente para tratar de convencernos de que estamos en la legalidad.