Por Mario Morales
La política de extinción del sindicalismo en Colombia ha tenido efecto. Ha sido tan ostensible que ha impactado no sólo las cada vez menores cifras de asociados, las violaciones a sus derechos, sino también el imaginario social en el que dista muy poco de ser considerado como una peste, responsable de todos los males habidos y por haber. (Publica El Espectador)
Esa frase reciente de Mario Alberto Yepes, capitán de la selección y vicepresidente de la asociación de futbolistas, es más que ilustrativa. Decía el mejor jugador nacional en la derrota frente a los paraguayos, que antes que no ser convocado, le dolió mucho más que lo tildaran de sindicalista.

Es uno de los resultados del juego propagandístico que responsabiliza a los sindicatos, entre otras cosas, de quiebras empresariales o los asocia, la mayoría de las veces sin fundamento, con fuerzas oscuras, como acaba de suceder con los diez mil corteros de caña de azúcar que sólo piden mejorar sus condiciones laborales.

Por eso en la discusión sobre la medida de Conmoción Interior que el gobierno utilizó, en su incapacidad de negociar, para acabar el paro de judicial, no se centra en si hubo o no uso desmedido de fuerza, o sobre los derechos vulnerados de los trabajadores, de los cuales se ocupará el presidente Uribe, como ha dicho, después de mayo próximo, sino en los vericuetos jurídicos y constitucionales de la decisión. Mientras tanto los huelguistas se quedarán con el pecado y sin el género de haber causado la congestión en despachos y de ser “cómplices” de impunidad, por falta de aplicación oportuna de justicia.

Y mejor no hablemos de los 2200 sindicalistas asesinados en los últimos 20 años, según Amnistía Internacional. O de los cerca de 150 sometidos a desaparición forzada. O de 90 por ciento de impunidad en la autoría de los hechos.

Así. ¿Quién quiere ser sindicalista?. Dicen estudios recientes que quedan, si acaso, 900 mil en cerca de 2500 organizaciones.

El ejercicio sindical debería ser una joya de exhibición del Estado, no sólo con arreglo a fines como la aprobación del TLC, sino como bastión de democracia, pluralismo e inclusión con base en el derecho de asociación, negociación colectiva e incluso el derecho a huelga.

No deja de ser una cruel paradoja que este país de pobres, curiosamente con pensamiento empresarial, sea indiferente o apoye que sus escasos derechos pasen a “mejor” vida.

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