Por Javier Darío Restrepo
El uso de los emblemas en la Operación Jaque se hizo a espaldas del Presidente. Esta fue la afirmación con la que se explicaron las erróneas explicaciones del mandatario que rectificaron las imágenes de CNN primero, y de RCN (¡) después, que pusieron en evidencia que el uso de esos emblemas hacía parte del material de engaño previsto para la Operación. (Publica El Colombiano)
También se hizo a las espaldas del Presidente el seguimiento de los detectives del DAS al senador opositor, Gustavo Petro. Aunque contra toda lógica dijo que era una trampa, el Presidente debió admitir el hecho y aceptar la renuncia de la directora del DAS.
La semana pasada un contrito mandatario le dio la cara al país para admitir que se había disparado contra los manifestantes indígenas del Cauca.
Al informar que ni él ni los altos mandos lo sabían, cuando la televisión lo mostró, quedó claro que también esto se había hecho a sus espaldas. Obviamente el policía identificado en el video con su arma en acción, fue destituido.
En otra aparición presidencial durante una ceremonia militar, el Ejército tomó nota de la indignación y vergüenza del Presidente por los falsos positivos en que humildes jóvenes de varias partes del país han sido asesinados y presentados como guerrilleros abatidos en combate. La contrición presidencial se manifestó en la destitución de 25 militares, entre ellos generales, coroneles y mayores que, también en este caso, habían obrado a sus espaldas.
Estas confesiones públicas y los enérgicos actos de destitución o de aceptación de renuncias, se miran con los ojos de sus partidarios como hechos que demuestran la transparencia y franqueza de un Gobierno que hace frente, con la verdad, a los embarazosos episodios.
Los ojos de la oposición son más críticos: ¿qué habría pasado si los medios de comunicación no hubieran revelado estos episodios? ¿Qué desarrollo habrían tenido estos hechos sin la presión internacional sobre derechos humanos? Sobre las destituciones observan que la cuerda se rompe por lo más delgado antes que la atención se fije en los que manejan la cuerda. Reflexionan, además, que los funcionarios cumplen el ingrato papel de fusibles protectores.
Son, pues, hechos ambiguos que pueden ser objeto de miradas y de interpretaciones contradictorias. Pero más allá, hay una preocupación de fondo: el resurgimiento de los prejuicios contra la izquierda. Como en las oscuras épocas del Estatuto de Seguridad, el Gobierno de hoy no logra ver oposición sino la subversión terrorista de las izquierdas.
Por tanto, si el Presidente es quien acusa públicamente a sus opositores, ¿qué de extraño tiene que un funcionario del Das considere que es su deber seguir los pasos de los opositores? Se trata más bien de revisar y desmontar pieza por pieza el síndrome del enemigo, esa enfermedad de la mente que mira al opositor como el enemigo que debe ser destruido y al que debe dársele por la cabeza, según el lenguaje presidencial. A su manera, sus subordinados disparan a la cabeza del enemigo.