Por: Jaime E. Castro
Desde los oscuros y facinerosos pasadizos de la Casa de Nariño, los mismos que han visto pasar huéspedes tan ilustres como el abogado de Don Berna y el paramilitar alias Job, surgen ahora voces que atentan miserablemente contra el periodismo.
Los recientes casos de Hollman Morris y Jorge Enrique Botero lo único que evidencian es el interés de un gobierno mezquino en mostrar parcialmente la realidad del país, de una nación que desde hace siete años ha sido administrada como si fuera una hacienda. Donde el presidente estira su dedito y las órdenes se van directa y rápidamente a sus cientos de súbditos. Donde los súbditos cambian una y otra vez, pero el jefe siempre es el mismo.
Las tareas del periodista que ejerce funciones dentro de la gran finca son fáciles de resumir: grabar al presidente con una cámara de televisión mientras hace su ya famosa demostración del caballo y el tinto, estar pendiente de que la cámara no se mueva mientras se desarrolla uno de los poco habituales consejos comunitarios, y, por último, claro está, reproducir una y otra vez las imágenes de la inolvidable, pulcra y cristalina “Operación Jaque”, con emblema de Cruz Roja a bordo y todo.
Lo que, infortunadamente, no parece entender el presidente cuando acusa de manera amenazante y sumamente peligrosa a Morris y a Botero, es que Colombia no es su maravillosa hacienda de Córdoba. Bajo la premisa de la inexistencia de conflicto en este país, con José Obdulio a la cabeza, a pesar de los huevos sobre ésta, se ha decidido qué es lo que se puede mostrar. Lo que no se puede mostrar, sencillamente no existe. Como todo con este gobierno, o negro o blanco. El que no está con el presidente, está con el terrorismo.
La realidad, para infortunio del gran jefe no funciona así. Hay una guerra en este país y los periodistas, no los de la finca, sino los de verdad, deben cubrirla. Por una razón que no tiene mayor explicación: es su deber. No tendría por qué ser esto difícil de entender para un jefe de Estado, pero por alguna razón que pasa por la ignorancia, la terquedad y la perversidad, esto se ha convertido en una tarea imposible.