Por Carlos Diego Mesa Gisbert *
Comunicación y democracia, periodismo y democracia. Es una forma de establecer el agua en que se mueve la comunicación. En América Latina prácticamente todas nuestras naciones viven en democracia y por lo tanto la democracia es el agua donde se desarrolla la comunicación, donde se mueven los medios, los periodistas. Pero la democracia está teñida del color de los medios y del trabajo de los periodistas que sazonan esa agua y que eventualmente la vuelven más turbulenta o la hacen más tranquila.
Dirán ustedes, ¿el periodismo tiene ese protagonismo como para mover las aguas, cambiarles el color, hacerlas más turbulentas o apaciguarlas? ¿Es ese el papel del periodismo? ¿Debe ser ese el rol que los periodistas jueguen en democracia? Históricamente se planteó una idea de que el periodismo podía, en alguna medida, ser testigo. De que el periodismo debía en alguna medida ser mediador. De que podía incluso llegar a posicionarse en función de una determinada realidad, por ejemplo para denunciarla.
Había quedado atrás, casi en el ámbito más oscuro de los tiempos, la idea de neutralidad absoluta, de objetividad plena y de distanciamiento entre el periodismo, los periodistas y la política, la realidad cotidiana transformada en un determinado momento en un hecho histórico –la dictadura– y reencontrada con la libertad a partir de la democracia.
Desde el punto de partida teórico y académico tan riguroso del pasado de la neutralidad y la objetividad, al camino recorrido y lo que hoy estamos viviendo, ¿qué ha transcurrido y cuáles son los valores que los periodistas podemos o debemos encarnar en los días que vivimos?
Hubo un momento, el de la transición entre la democracia y la dictadura, en que los periodistas vivimos la intensidad del cambio. Y no solo eso: contribuimos a que ese cambio fuese posible. La reconquista de la democracia, con variantes y con diferentes niveles de dramatismo en algunos casos en nuestras naciones, fue protagonizada por la gente, por el pueblo, por quienes habían estado batallando permanentemente por enfrentar al poder dictatorial. Y probablemente la gente no hubiese podido encontrar la ruta de la libertad si en algún sentido los medios y los periodistas no hubiesen contribuido a que su voz, la de la gente, la del pueblo, se amplificara, se tradujera. Y progresivamente, de la censura y la autocensura pasamos a la acción en libertad y a la palabra en libertad.
Una vez posicionada la democracia los periodistas aprendimos que además de mediadores debíamos abrir un espacio para aquellos que verdaderamente eran y son el centro de una sociedad, es decir, que teníamos que darles voz a quienes no la habían tenido. E independientemente de nuestra línea de pensamiento, independientemente del lugar que ocupásemos en nuestro propio espectro político, nos dimos cuenta de que era insuficiente el papel de mediación. Era insuficiente el papel de testigos. Era insuficiente el papel de construir democracia a partir de relatar los hechos tal como ocurrieron. Y empezamos a experimentar un proceso de transformación.
Cuando surge ese boom de estudiantes de comunicación y se abren decenas de carreras de comunicación en nuestras universidades, a medida que crecen las universidades pasando de lo público a lo privado, las carreras de periodismo o de comunicación se convierten en una suerte de hongos que nacen en medio de la humedad, de esa humedad creadora y de esa humedad de esperanza que nos daba la libertad democrática… Y en ese contexto comienzan a aparecer visiones académicas que nos dicen: hay que hacer un periodismo distinto, hay que ir más allá del puro relato de los hechos tratando de reflejarlos de la manera más exacta posible, hay que separarse de la objetividad y de la neutralidad aséptica.
Se hablaba, por ejemplo, del periodismo de investigación, de la necesidad de desentrañar aquellos elementos que tenían que ser trabajados más en profundidad en nuestra sociedad. Empezó de pronto a planear sobre nuestras cabezas el concepto de que la corrupción, de que las irregularidades, de que el abuso de poder, de que todo aquello que se había desarrollado sin límite y de manera absolutamente impune en las dictaduras, tenía que ponerse de cara a la gente en democracia. Había que transformar la pared de ladrillo que dividía la sociedad y su base del poder en un gran cristal, en un cristal transparente a través del cual la sociedad pudiese mirar lo que verdaderamente estaba pasando tras las bambalinas del poder y que la dictadura había bloqueado de una manera férrea, a partir de la propia censura muy tenaz también establecida sobre los medios de comunicación.
Ese camino era un camino no solamente atractivo, se convertía en una cruzada, en una necesidad; se convertía –de algún modo– en una militancia. No necesariamente la militancia partidaria, sino la militancia por la libertad y la militancia por la democracia. Era un contexto extraordinariamente atractivo, fascinante, desafiante, que le planteaba al periodismo y al periodista una suerte de camino ético para construir más democracia.
El punto de partida, incuestionable incluso desde el punto de vista moral deseable, empezó a generar algunos resultados que no necesariamente eran los que idealmente teníamos que lograr. Esos resultados tuvieron que ver con cómo encararon el periodismo y los medios de comunicación esa tarea. Tarea que por supuesto está mediada por quienes están detrás de los medios de comunicación. Había una realidad más allá de la ética, más allá de los objetivos ideales.
La relación medios-sociedad
¿De quién son los medios de comunicación? ¿A qué y a quién responden los medios de comunicación? Este es un hecho de anteayer, de ayer, de hoy y de mañana del que no podemos desprendernos. La propiedad de los medios es un posicionamiento de éstos ante la sociedad. La propiedad empresarial, la propiedad religiosa, la propiedad sindical, la propiedad militar, la propiedad académica, trato de dar unos ejemplos, establece de hecho una relación medios-sociedad que elimina la posibilidad de lo neutro, ya no para hacer noticia sino para posicionarse política, ideológicamente, frente a la realidad, a la sociedad, frente o desde el Estado.
Este es otro elemento muy importante: el Estado representado por los gobiernos que administran ese Estado y que tienen poder, es también propietario directo o indirecto de medios de comunicación. En consecuencia, este ambiente del que comencé hablando, esa agua democrática y esos navegantes de la democracia que son los medios de comunicación tienen banderas preestablecidas, intereses concretos que defender o intereses concretos que atacar. Y eso estaba vinculado a lo fundamental: quién hace y construye la argamasa de la comunicación: las y los periodistas.
Las y los periodistas no eran simplemente pescaditos que podían navegar libremente en esa agua, porque estaban trabajando en un medio de comunicación y porque respondían no solamente a su vinculación con la ética y con la ética de hacer periodismo sino también a los modelos editoriales, o a las líneas de opinión de los medios para los que trabajaban.
No voy a entrar a un debate que ha sido y permanentemente será un gran tema no resuelto entre la libertad de expresión objetiva y real del periodista de base, mediada, limitada, cuestionada, forzada… usen la palabra que quieran, por los propietarios de los medios en función de sus intereses específicos. Simplemente quiero categorizar un hecho para que nos entendamos en el desarrollo de este proceso que vivió nuestro sistema democrático.
Los intereses detrás de los medios modificaron y transformaron aquellos ideales puros que pudiesen tener los periodistas. No voy a tocar otro tema delicado que es el referido a los niveles salariales de los periodistas, que marcaron más de una vez la “necesidad” de periodistas –necesidad entre comillas–, de tener acuerdos de simpatía mayor por un político o un empresario en función de algún tipo de reconocimiento, para ponerlo en términos elegantes, que este empresario, político o grupo político o empresarial o de poder pudiera hacer con uno o más periodistas.
Son elementos de distorsión que también coloco como un aspecto que hay que tomar en consideración para tratar de contar con un cuadro adecuado cuando demos el salto de análisis crítico al que quiero llegar. Hablábamos, en consecuencia, de un momento fundacional en la democracia y en el periodismo. El periodista no podía contentarse con transmitir una información, con hacer que esa información fuese conocida. El profesional tenía que encontrar dos vetas nuevas: hablé de una de ellas, el periodismo de investigación. Y otra, el periodismo de opinión.
¿Investigación o filtración?
El análisis es una cosa, la opinión es otra. Y empezamos a construir un mecanismo, muy atractivo pero terriblemente arriesgado, de opinar y de hacer periodismo de investigación. De los 100 casos que hayamos podido analizar de manera teórica, de manera puramente hipotética, pueden ser 1.000, pueden ser 50, pueden ser 95, casos de denuncia vinculada a corrupción, a tráfico de influencias, a excesos de poder, a irregularidades, a violación a los derechos humanos, que hayan hecho los medios de comunicación –vale para Paraguay o para cualquier país de América Latina– ¿cuántos fueron, verdaderamente, casos que pueden entenderse como periodismo de investigación?
¿Por qué la pregunta? Porque podría apostar doble contra sencillo que un porcentaje muy alto de esos casos llamados de periodismo de investigación que se transformaron en denuncias, en escándalos que eventualmente generaron crisis importantes en los espacios de poder, tuvieron como punto de partida más que una serena, larga, ecuánime y contrastada línea de investigación, una filtración que caía en manos de un periodista –milagrosamente– en virtud de alguien interesado en desprestigiar a otro alguien de otro rango.
Y no estoy hablando, en absoluto, del caso paraguayo, porque desconozco su realidad como para hacer un juicio de valor. Pongo ejemplos como los niveles salariales en el Congreso Nacional y un diputado o un funcionario de la Cámara de Diputados que filtraba una lista de pluses que recibían de manera ilegal los diputados; y de pronto aparecía un periodista, adarga en mano, con un gran escudo, convertido en gran caballero defensor de la ética, que lo único que hacía era transmitir algo que él no había investigado. Había recibido la filtración clandestinamente, que le permitía llevar adelante la denuncia.
No se había llevado a cabo, por lo tanto, un proceso académico, un proceso profesional, un proceso ético de desarrollo de una investigación que verdaderamente le permitiera a un periodista hacer una denuncia de esa naturaleza. Una gran cantidad de los elementos que han generado denuncias de esta naturaleza y que han establecido, por cierto muchas veces con éxito, elementos de contraste entre la sociedad y el Estado, más que vinculados al propio esfuerzo de los periodistas han tenido que ver con el juego político de afectos y desafectos dentro de la estructura de poder o las confrontaciones entre los diferentes órdenes del Estado.
El periodismo de investigación ha ido en esa línea transformándose fundamentalmente en periodismo de denuncia. Y aquí se ha dado un salto extremadamente complejo; hago una generalización que he vivido en mi país y que he visto en otros países del continente que es el transformar al periodista de investigador y de denunciante en juez sumarial. El periodista no solamente denuncia sino que califica el delito, juzga y condena al acusado.
La condena que un periodista hace a un político, a un juez, a un funcionario de aduanas, a alguien que tiene un prestigio determinado o una trascendencia importante en la sociedad es, desde ciertos puntos de vista, mucho más grave y demoledora que el proceso que se le pueda llevar adelante a esa persona, a ese partido, a esa estructura de poder, en el ámbito del sistema judicial.
El argumento y coartada perfecta para los periodistas es que el sistema judicial no funciona, es corrupto, el sistema judicial es imperfecto y la impunidad suele ser la norma y no la excepción. Argumento incontrastable, verdadero. En nuestros países el sistema judicial no funciona y por lo tanto los medios de comunicación comienzan a hacer un papel que de algún modo está sustituyendo lo que el poder judicial hace mal. Pero no deja de ser una coartada.
¿Puede el periodista, debe convertirse en juez sumariante? ¿Tenemos la condición, la capacidad y la certeza de que cuando llevamos adelante un proceso de acusación y condena tenemos la razón? ¿No podemos equivocarnos? Y aunque tuviéramos la razón, ¿es ese nuestro papel? Lo esbozo y lo dejo planteado como una pregunta.
Mi impresión particular es que no es bueno usurpar las funciones de otro. Es bueno trabajar para que las funciones que se hacen mal comiencen a hacerse bien, en la medida en que la sociedad tome conciencia de esas imperfecciones, trabaje para corregirlas, participe activamente para cambiarlas y eventualmente logre hacerlo por la vía de la participación en un mecanismo democrático distinto del que hemos tenido en el pasado.
Es un caso muy particular, indudablemente se está produciendo una transformación histórica en el Paraguay que todavía no ha desarrollado sus potencialidades pero que tiene abierta una posibilidad de transformación significativa de lo que han sido los esquemas y las estructuras tradicionales de manejo del poder en este país. Eso se logró, probablemente, no solo por el camino hacia el que fue la sociedad paraguaya sino también en la medida en que los medios de comunicación transformaron de algún modo la manera de mirar las cosas.
Pero no quita esto una visión necesariamente autocrítica. En el caso de mi país creo que es indispensable hacerla, para ver en qué medida los periodistas no dieron un salto más largo del que deberían dar y en qué medida es tiempo de preguntarnos cuáles son los límites en los que debemos movernos. Y no lo digo en función de haber estado en los dos lados del escritorio, en tanto víctima de, o actor primero y víctima después. Lo digo en tanto la experiencia que me ha permitido tener el mirar las cosas desde los dos lados del escritorio y encontrar cuáles son los errores que pude haber cometido como periodista y también cuáles son las insuficiencias, errores o bloqueos que se hacen desde la política para que la sociedad conozca en profundidad la realidad objetiva de lo que pasa detrás de bambalinas.
Por esa razón una de las cosas que me prometí hacer, e hice, fue escribir un libro sobre mi experiencia como Presidente; que se llama, en mi caso, “Presidencia sitiada: Memorias de un gobierno” por el contexto complejo que tuve que atravesar en los dos años que ocupé la Presidencia de la República y en el año y medio que ocupé antes la Vicepresidencia de la República.
El periodismo en democracia
Primer elemento de conclusión, volviendo al tema. ¿Cuál es el salto que debe dar el periodismo en democracia y que debe dar el periodista en democracia ante este desafío tan importante? Saltar del testimonio, del reflejo de la información a la denuncia, a la responsabilidad de poner en evidencia cosas que evidentemente están mal, pero hasta un límite que no transforme al periodista en juez sumarial.
El segundo elemento al que hacía referencia está vinculado al tema de saltar del retrato de la noticia al análisis y a la opinión. La opinión implica una toma de posición. Implica la necesidad de un contexto y de un conocimiento mínimo sobre los elementos sobre los que uno habla. Pregunta: la formación académica de los periodistas y los comunicadores en nuestros países en América Latina, ¿nos da el contexto suficiente como para tener elementos de lo que sería una formación humanística al estilo renacentista?
¿A qué me refiero? Un periodista está seis meses cubriendo el área económica, después pasa al área política, luego entra en el área social, cuando no ha pasado antes por el área deportiva. ¿Esto qué quiere decir? Que el periodista, por su natural trabajo, está referido al conjunto de los temas que le importan a la sociedad. Y un día tendrá que hablar del Producto Interno Bruto y el otro día tendrá que hablar de los problemas legales de la aprobación de una ley vinculada, por ejemplo, al aborto, por decir algo.
En ese contexto, ¿están los periodistas hoy en condiciones de hacer opinión con conocimiento de causa, sabiendo de lo que hablan? Yo, cuando dirigía un canal de televisión en Bolivia, me reuní con mi equipo de periodistas y a los dos encargados del área económica les pregunté cuál era el Producto Interno Bruto de Bolivia. Y después de la respuesta les pregunté qué porcentaje del Producto Interno Bruto del Brasil representaba el Producto Interno Bruto de Bolivia. Ninguno me pudo responder… a duras penas, con una variación de más o menos 20% de error me respondieron sobre el PIB en Bolivia. Y no tenían la menor sospecha de cuál era el tamaño del PIB boliviano en comparación con el PIB brasileño.
Una vez que hice esas preguntas les dije: ¿cómo es posible que ustedes, que están cubriendo el área económica no puedan hacer un distingo que defina, por comparación, la realidad económica de nuestro país. Lo que vale, en esa escala de comparación, vale en cualquier otra escala. Si yo les digo a ustedes, hoy día: el presupuesto de inversión en salud en el Paraguay equivale a 523 millones de dólares, por supuesto estoy hablando de memoria y no tengo la más mínima sospecha de cuánto está gastando el Paraguay en salud.
Un periodista del área económica tendría que, inmediatamente, saber qué representa eso en el conjunto de la inversión del Estado paraguayo, cuánto representa de porcentaje del Producto Interno Bruto en salud y cómo se compara ese Producto Interno Bruto e inversión en salud de Paraguay con el conjunto de los países de América Latina o con los países que tienen procesos y niveles económicos equivalentes. Me da la impresión de que este tipo de información, básica, esencial, no está necesariamente en el manejo del periodista de hoy día.
Si le pregunto a un periodista paraguayo cuál ha sido la incidencia del Partido Colorado y el Partido Liberal en los años 1940 o cuál fue el producto de la guerra del Chaco en función de la construcción de la política y de la estructura de partidos, ¿podrá darme una respuesta adecuada? La pregunta parece absurda, innecesaria, pero es fundamental para entender el proceso de desarrollo, el tránsito histórico político en el que hoy Paraguay está sumido.
Es decir, el Paraguay de hoy no puede ser explicado sin el Paraguay de ayer. Hago la analogía –y estoy planteando temas simplemente al azar– para preguntarme, como lo hice en mi país, ¿con qué autoridad puede hablar un periodista como si estuviera dando cátedra, cuando el uso del lenguaje es deficiente, cuando no puede construirme adecuadamente una serie de ideas entendibles y que puedan transmitirse de manera coherente?
Tres puntos fundamentales
Primer punto. Cuando no tiene una formación adecuada de cómo expresarse en esta lengua, el castellano (podría ser, en el caso de ustedes, también en el guaraní; o en el caso nuestro el aymará o el quechua), ¿cómo vamos a hablar de la lengua de Cervantes? ¿Qué porcentaje de los periodistas que están al micrófono en radio y televisión o que escriben en periódicos tiene un dominio razonable de la lengua de Cervantes?
Mi impresión, en el caso de Bolivia, es que el porcentaje es muy limitado. Y en consecuencia, es complejo establecer un vínculo adecuado de transmisión de ideas si uno no tiene capacidad de expresarse con propiedad. Y cuando digo propiedad no estoy haciendo referencia a la recuperación del castellano arcaico o a la erudición en el uso del castellano. El lenguaje no es otra cosa que la forma en que pensamos. Nosotros hablamos y al hablar estamos expresando cómo está ordenado nuestro cerebro y cómo construye nuestro cerebro las ideas que vamos a trasmitir cuando las lancemos. En ese contexto, en el periodismo, el uso del lenguaje es el arma fundamental. Es el instrumento clave sobre el que vamos a construirnos como personas, como profesionales y a través del cual vamos a comunicarnos con los demás.
Segundo punto. El tema, la materia sobre la que estamos hablando, ¿es un tema y una materia de la que tenemos el conocimiento suficiente que nos permita opinar de manera admonitoria, definitiva o categórica? Este es un elemento que debe llamarnos mucho la atención. No estamos en condiciones de lanzarnos a la piscina como si fuéramos el nadador que ganó las ocho medallas de oro en la última olimpiada cuando en realidad apenas podríamos hacer un récord nacional en natación con muchas dificultades.
Este es un contexto y un concepto. No creo que en América Latina estemos formando a nuestros periodistas en aquello que se ha despreciado olímpicamente, que podría definirse como educación humanista o como yo la establezco, como una visión renacentista o tipo Leonardo da Vinci. Cosa muy compleja, ser periodista parece muy fácil porque desde afuera dicen: ¡Ah, estos señores tienen un océano de conocimientos y un centímetro de profundidad! Ojalá fuera verdad. Con que fuera así estaría yo encantado de la vida. Con que tuviéramos un océano de conocimientos y un centímetro de profundidad. Probablemente tenemos un charco de conocimientos y medio centímetro de profundidad, con mucha suerte.
Y esto es complejo porque requiere un nivel de excelencia en la búsqueda de resultados personales que no nos lo va a dar la universidad, que no nos lo va a dar el ámbito académico, porque es obvio, en una carrera de periodismo no vamos a tener historia política del Paraguay, historia económica de Paraguay, desarrollo de lo que significan las ideas políticas generales ni cómo se manejan niveles, por ejemplo, de análisis estadístico en economía, etcetéra.
Estos son aspectos que nuestro propio trabajo cotidiano los dará. Y este es el desafío fundamental de excelencia para que podamos luego sentarnos y opinar. Porque la opinión es el elemento último del camino. Yo opinaré sobre algo y sobre alguien una vez que los elementos de contexto y conocimiento sobre el tema del que opine la persona, yo, el que opino, me permiten opinar con solvencia. Este es un segundo elemento que me parece complejo. Primero, un periodismo de denuncia e investigación que nos convierte en jueces. Segundo, los “opinadores” que creemos saberlo todo y que igual podemos hablar de Cerro Porteño y de Olimpia como estamos hablando de la guerra del Chaco, de la última elección o del conflicto del Partido Colorado. Son temas distintos, con profundidades diferentes y con matices también diferentes.
Tercer punto que construye la complejidad de la relación entre democracia y comunicación hoy. Quizás el más complejo, el más difícil de resolver y del que estamos exentos ya en nuestras capacidades. Es, para ponerlo en fácil, la batalla sangrienta por el rating, un término de televisión que vale también, en menor medida, para los medios impresos y, por supuesto, para la radio. Hay que vender… Hay que estar en el número.
No sé cuál es el contexto de medición de audiencias que tienen en el Paraguay pero en general, supongo que aquí ocurrirá algo parecido, estamos acercándonos al delirio. El delirio es que tú tienes una pantalla dentro del estudio o en el control central del canal de televisión que te está diciendo en el minuto en el que estás saliendo al aire, cuál es tu nivel de audiencia, o sea rating en relación con los otros canales en el minuto en que tú estás haciendo un noticiero. Y tú sabes que tu noticiero ha subido tres puntos o ha bajado 10 en función de un determinado momento, de lo que estás haciendo, pero sobre todo de lo que está haciendo la competencia.
Y ahí, en consecuencia, el punto de referencia ya no tiene que ver con los razonamientos que acabamos de considerar. No tiene que ver necesariamente con nuestra conciencia, nuestra ética, nuestra moral, nuestro sentido ético, sino con nuestra capacidad de transformar la noticia en un espectáculo o de transformar la noticia en algo que te enganche y que te llame en un titular, en una portada, en una primera página de periódico, en un programa de radio o en un programa de televisión.
El condicionante, en consecuencia, ha cambiado 180 grados. Da la impresión de que podríamos agarrar todos esos razonamientos, envolverlos en un papelito, no necesariamente muy caro, y botarlos al basurero. ¿Por qué? Porque los elementos de exigencia que voy a tener yo de mi jefe de redacción, de mi gerente comercial, del director del medio, no necesariamente tienen una relación de causa y efecto entre calidad y éxito. O casi podríamos decir: la calidad es inversamente proporcional al rating. Y en ese contexto estamos forzados a trabajar en otra óptica.
¿Cómo abrirías un noticiero de televisión en función del rating? ¿Cómo abrirías un noticiero de televisión en función de lo que crees que es importante? Probablemente la coincidencia entre esos dos elementos se va a dar una vez de cada diez. Y eso te va a marcar un tipo de trabajo que está empezando a hacer un culto, precisamente, de aquello que estaba criticando: cuanto menos profundidad, mejor. Cuanto más frivolidad, mejor. Cuanto más ensangrentada y violenta sea una pantalla, mejor. Cuantos más elementos de amarillismo pongamos en el tapete, mejor.
Y si no lo hacemos corremos el riesgo de transformarnos en un noticiero, en un periodista, en un programa aburrido. Y la palabra aburrido es una palabra mortal, es una palabra que tiene un carácter demoledor. En países altamente sofisticados en términos de rating, de audiencia y de dinero en juego, publicitariamente hablando, valga para la radio y la televisión, simple y sencillamente un programa no dura más de un mes y medio si sus niveles de rating están por debajo de unos estándares mínimos y si el canal no logra los objetivos establecidos.
Ustedes habrán podido apreciar que eso nos permite contar con una televisión en la que estamos al límite, casi ya ni siquiera es límite, de que la pornografía dura sea parte del contexto cotidiano en el horario que se les ocurra, cuando se les ocurra y donde se les ocurra. Y cuando me refiero a pornografía no lo hago desde un punto de vista moralista ni crítico en función de la exposición de la sexualidad. Porque podría hablar también de la obscenidad de algunos hechos, que no son obscenos por pornográficos sino por violentos o porque hacen un juego permanente de elogio de lo frívolo.
Y cuando uno se da cuenta de que el seguimiento de la vida íntima, hasta las cosas más miserables en el sentido de lo miserable de lo humano, de las personas famosas o de quienes son protagonistas de la farándula o de la política, vende extraordinariamente, nos damos cuenta de que las teclas que estamos apretando son las teclas de la miseria humana, de la condición humana esencial de la que formamos parte.
Todos nosotros, todos, sin excepción alguna, hemos detenido en algún momento el zapping para entrar a una noticia que nos cuenta el adulterio del político de turno o del actor de turno o el engaño o la forma terrible de maltrato que una persona hace sobre otra, o los realities shows donde personas pagadas para recibir un dinero que necesitan o no, son capaces de pegarse, físicamente, ante la audiencia o desnudarse de la manera más obscena ante la audiencia, no desde un punto de físico sino sobre todo desde un punto de vista del alma, que es la peor forma de desnudez de un ser humano en el contexto en el que se están planteando los medios este tipo de aproximación.
¿Están muy lejos la información, los noticieros, de ese tipo de contexto? ¡No! Cada vez, en mi opinión, estamos más cerca de esa realidad. En ese contexto la conjugación de lo que fue ese momento extraordinario de aporte indiscutible de los medios de comunicación a la construcción de lo democrático ha sufrido un proceso de transformación que cuando menos nos lleva a una palabra: desencanto.
¿Podríamos hoy decir, orgullosamente, que los medios, y los periodistas en particular, estamos jugando el papel que debiéramos jugar para la construcción de una mejor democracia y de una mejor sociedad en nuestros países? Mi opinión particular, y disculpen si no hay una coincidencia total con esta, es que no. Creo que, por muchísimas razones, vinculadas a excesos, a un uso inadecuado del poder y a una esclavitud brutal de esta sangrienta competencia por el éxito, estamos demasiado condicionados para haberle bajado la calidad a nuestro periodismo.
No se trata, en consecuencia, de una crítica en tanto un político pueda sentirse más o menos afectado por los medios. No se trata de la idea característica y paranoica de todo político, de la que no he estado ausente, de que los medios siempre están en contra de uno y que cuando uno está en el gobierno nunca descubren lo positivo. Porque como ustedes saben mejor que yo, una buena noticia no es noticia. Y si yo llego con una buena noticia a mi jefe de redacción, me va a decir que eso no tiene ningún tipo de atractivo. Y para todo gobernante es un éxito extraordinario meter 30 segundos del comienzo de un proyecto de desarrollo urbano en una determinada ciudad frente a cualquier noticia vinculada a los conflictos políticos: el presidente declaró tal cosa y el jefe de la oposición declaró tal otra y cómo logramos que ambos confronten, o cómo logramos que declaraciones virulentas, vitriólicas, nos ayuden a generar esta especie de batalla campal en la que hemos convertido la política.
Mucho más dramático en países pequeños como los nuestros. No sé si es el caso de Paraguay. En Bolivia no hay farándula, no existen actores, actrices, la gente in que, por ejemplo, aparece en la revista Gente, para hablar del caso argentino, y por tanto los políticos y la farándula son una misma cosa. En el caso de Bolivia los políticos son los que hacen el papel doble de los malos de la película pero también de aquellos a los que hay que escarbarles la vida personal porque no tenemos un ambiente de frivolidad farandulesca como la tienen España, Argentina o Brasil, donde hay esas dos opciones, no necesariamente muy constructivas, pero que por lo menos definen lo que llamarían los marxistas la división del trabajo.
El desafío de la autocrítica
En este contexto, intentemos aterrizar en los desafíos que tenemos que enfrentar. Primero, creo que es indispensable un fuerte nivel autocrítico. El apoltronamiento en la idea de que somos portadores de la verdad es peligroso. La verdad absoluta no existe y los periodistas no somos portadores de la verdad. Estamos tratando de descubrir las interpretaciones de la verdad que se mueven en la sociedad, y de acercarnos a ella a través de valores que pudiéramos defender de manera insobornable. Este es un punto clave y básico para saber dónde debemos estar.
A pesar de que pueda parecer que el criterio de la objetividad está oculto en la noche de los tiempos, lo que no podemos perder de vista es que la materia prima, la pulpa, la esencia de la información es eso: información. El periodismo se alimenta de la información. Sin noticia no hay periodismo. En el origen, lo que vamos a buscar son hechos que vamos a transmitir, insisto en el concepto, de la manera más próxima posible a cómo ocurrieron… ¡a tal y como ocurrieron!
Sin información no hay opinión, no hay análisis, no hay investigación, no hay denuncia, no hay nada. Y alguien tiene que recoger esa materia prima. Y ese es el trabajo más importante del periodista. El vedettismo al que nos hemos acostumbrado, las estrellas periodísticas de la televisión o de la radio, nos obnubilan, sobre todo a los jóvenes, suponiendo que hay que ir a ese destino y descuidar lo básico: hacer bien el trabajo esencial, la materia prima sobre la que construiremos todo el edificio que viene después.
Recuperemos el concepto de que trabajar bien una noticia es reflejar adecuadamente un hecho de la manera más veraz posible. Y en tanto seamos capaces de hacerlo con la imagen, con la palabra escrita, hablada, o a través del retrato que hace una cámara de televisión, estaremos cumpliendo nuestro trabajo.
El desafío del poder responsable
El segundo elemento que creo fundamental es: los periodistas hoy tenemos más poder del que jamás hemos tenido en nuestra historia. Particularmente en el caso de América Latina. Quizás en los Estados Unidos, con una larga tradición democrática, esa realidad pueda matizarse. Pero no me cabe la menor duda de que en América Latina la reapertura democrática en los diferentes momentos en que la hemos vivido nos ha dado un poder gigantesco.
Los periodistas tenemos que conectar dos palabras: poder con responsabilidad. A mayor poder, mayor responsabilidad. Y esto implica algo muy importante. Piensen siempre que cuando van a colocar en la picota un nombre, por muy terrible que parezca su trayectoria, porque parece que en vez de currículum tiene prontuario y por lo tanto estoy en el contexto fácil de decir: “no voy a preocuparme porque este es una mala persona”, piensen cómo se sentirían ustedes si aparecen en la pantalla de televisión acusados de un robo multimillonario y corruptos irredentos o eventualmente personas que violan la ley de diferentes maneras.
¿Qué quiere decir eso? Que antes que esa persona aparezca en pantalla con una terrible acusación, debo estar absolutamente seguro de que las fuentes que me ha planteado esa acusación han sido verificadas y he tenido oportunidad de encontrar la versión de aquella persona que ha sido acusada. Lo cual es complicado, porque te quita el léxico y el efecto; desde siempre es difícil el contraste. Porque si tú sacas una información de denuncia y le preguntas al inculpado, este eventualmente se encargará de hacer lo imposible por bloquearte por el camino del propio medio y de los propios empresarios que pueden tener vínculos de intereses con las personas a las que uno denuncia.
Son elementos difíciles de discernir. Pero lo que importa aquí, por encima de todo, es que la primicia, el éxito informativo, deberían estar condicionados por la responsabilidad y la seriedad de cómo encaro mi aproximación a un tema de investigación que me lleva a una determinada conclusión. Este es otro aspecto básico: vinculación entre máximo poder y máxima responsabilidad.
El desafío de la excelencia
Y eso debería llevarnos a la tercera conclusión, que es la búsqueda de la excelencia. Y la búsqueda de la excelencia no está referida al éxito. Sí, de alguna manera, pero no es exclusivamente, sino a la conciencia de que estoy trabajando más allá de lo que como promedio me exigen los medios en los que trabajo o la realidad en la que vivo.
La excelencia está trabajada o se consigue en la medida en que uno es capaz desde adentro de construirse su exigencia para sí mismo. Yo no estoy contento con el trabajo que estoy haciendo aunque esté todo el tiempo lleno de aplausos ni enredado en el éxito o de alguna manera apañado en mi imagen personal o en cualquier otro aspecto. El conocimiento es algo fundamental para el periodismo. Y si conocimiento es poder, hermosa frase y hermoso concepto, ese conocimiento debe ser poder en la medida en que yo, como ser humano, esté permanentemente aprendiendo.
A un periodista le debe interesar tanto un lanzamiento del trasbordador espacial como un clásico Olimpia-Cerro Porteño, como el último descubrimiento de la cadena genética, como lo que puede ser el debate sobre el tema del aborto por la Iglesia Católica o el cuestionamiento que hacen los musulmanes de los derechos humanos. Es decir, nuestro espectro es muy amplio. Y el conocimiento significa que yo tengo que saber cuáles son las razones últimas sobre las que se trabajan una discusión y un debate. Este es un tercer elemento que me parece fundamental.
El desafío de los valores
Finalmente un criterio para el que no tengo respuesta. El camino hacia el que estamos yendo en esta revolución espectacular de la comunicación tiene como siempre elementos positivos, extraordinarios, desafiantes, vinculados a la tecnología y a nuevos modos de encontrarnos con la noticia… La Internet ha sido un salto tan gigantesco como lo fue la radio o la televisión y hoy día los bloggeros pueden tener más impacto que un periodismo convencional.
Y probablemente vamos a empezar a descubrir que la horizontalidad que políticamente se estaba buscando a través de las radios comunitarias, o a través del nuevo orden informativo internacional en la década de 1970, se está volviendo realidad de una manera que no soñábamos: el acceso inmediato, sin ningún tipo de costo, en un café Internet, de un conjunto de elementos informativos que no son conscientemente asumidos como tales por miles de millones de personas.
Y no solamente pasa en los países desarrollados sino también en los nuestros; donde hay una red, una gigantesca red de comunicación que está esencialmente en manos de los jóvenes, en manos de personas que tienen menos de 40 años. El acceso a la computadora como un instrumento no complejo que tienen los jóvenes es diferente al que tenemos las personas mayores de 40 años; lo que está transformando de manera muy significativa el protagonismo de las y los jóvenes en este nuevo escenario de la información que puede transformar 180 grados también la lógica de cómo entendemos hacer noticia, construir noticia, generar opinión y definir líneas de pensamiento que empiezan a ser democráticamente utilizadas por quienes tienen acceso a Internet.
En este camino de frivolidad, de lucha por el “éxito” que no tiene que ver con la lucha por la calidad, de espectáculo y, sobre todo, de lo perecible, nunca como hoy en la historia humana las cosas tienen tan poco tiempo de duración. No es ya el periódico de ayer… es historia, que eso es una cuestión tradicional; sino la canción de moda de ayer es historia y el último traje es historia. Todo se consume, todo es simplemente para el disfrute de un momento. Y la construcción de los valores “cosificados” empieza a cambiar el eje de lo que eran nuestros valores éticos esenciales.
He tenido varias y largas discusiones con mis hijos sobre este tema y ellos acaban diciéndome algo: es probable que tú tengas razón en tu manera de entender lo que es moralmente correcto. No hablo aquí de moralismo ni hablo aquí de visión religiosa. ¡No! Hablo de un cierto código de valores. Es probable, me dicen, papá, que tengas razón en la manera en que tú planteas las cosas. Pero la realidad de hoy nos obliga a adaptarnos a circunstancias que no nos permiten ese tipo de valores si queremos sobrevivir en el mundo. Y por mucho que tú me digas que te gustaría hacer una entrevista como la hacías hace 15 años, que duraba una hora, lo más probable es que te echen al tercer día del canal de televisión porque tu nivel de rating va a ser tan bajo que no te va a ver nadie por muy lindas e interesantes que sean tus entrevistas.
En consecuencia, si no te adaptas a este mundo, a esa lógica implacable, que no puedo perder de vista, que me disgusta y me frustra, pero no me puede dejar simplemente parado y congelado en este mi punto de vista, me debo plantear preguntas. No tengo las respuestas. Debo confesarles que no las tengo quizás porque ya, por razones generacionales, no estoy en condiciones de aceptar un mundo que no me gusta, en este sentido que estoy mencionando.
El mundo me gusta y vivir me gusta; esa es otra historia. Pero este mundo del que hablamos, esta visión de valores tan particular, no me gusta. Pero no es una respuesta. No es la respuesta que ustedes necesitan. Ustedes necesitan construir una respuesta que permita conjugar valores esenciales de los que hemos hablado a lo largo de estos minutos, con realidades dramáticas y durísimas del día a día.
Esta es –y con esto cierro–, una pregunta esencialista: ¿de qué manera seres humanos, como somos, debemos encarar nuestra responsabilidad como periodistas, en democracia, en el siglo XXI, ante esta vertiginosa sucesión de acontecimientos, con esta impresionante frivolidad y con este sentido de lo que se agota antes de haya empezado siquiera a florecer o a brillar?
No tengo la respuesta. Pero creo que hay ciertos valores esenciales de lo humano que no cambiarán. Y los valores que le sirvieron a Aristóteles o que le sirvieron a Hobbes deben ser valores que nos sirvan a todos, en todos los tiempos. Esa es por lo menos mi esperanza.
Fuente: Saladeprensa.org
* Carlos Diego Mesa Gisbert es expresidente de Bolivia, politólogo y literato egresado de las Universidades Complutense de Madrid y Mayor de San Andrés, de la Paz; Doctor Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Beni, José Ballivián. Autor de varios libros entre los cuales se destacan El Vicepresidente ¿La Sombra del Poder? (2003), y Presidencia sitiada (2008). Ha dictado conferencias en universidades de Estados Unidos, Francia y España. Socio y fundador de la productora de noticias Periodistas Asociados de Televisión (PAT). Esta conferencia magistral fue pronunciada en el seminario internacional “La radio, entre la Comunicación y el Poder”, organizada por Radio Nederland de Holanda y Radio Libre del Paraguay, en diciembre de 2008, y reproducida en un libro con el mismo título, compilado por José Zepeda Varas y Benjamín Fernández Bogado.