Somos tibios. Le escurrimos el bulto a llamar las cosas por su nombre y
para ello tenemos que hacer constantemente aportes al ya variado
lenguaje contemporáàneo.
Aparte de los diminutivos ahora tan de moda, los colombianos
podríamos patentar el vocablo «pre», que parece servir para todo,
especialmente para anteceder cualquier palabra que signifique descreencia,
desconfianza, falta de compromiso, o que quiera expresar el espacio que
discrecionalmente dejamos abierto para poder echar reversa sin consecuencias que lamentar.
Por eso hoy todos estamos hablando de pre-diàlogos entre gobierno y
guerrilla, a sabiendas que en prediàlogos estamos desde hace cuarenta años. Por esta vez, razón tiene el propagandista uribista José Obdulio Gaviria cuando dice que los prediálogos son lo mismo que nada.
Para evitar el impacto en la opinión de la venta de Telecom y su
consecuente y evidente privatización, se habla de pre-acuerdo, como
queriendo decir que el negocio no es irreversible muy a pesar de que ya todo está cocinado.
Para tratar de ocultar sus volantines, virajes y reacomodos, quienes
aspiran a puestos públicos, incluida la presidencia de la república,
prefieren referirse a sus peripecias como pre-candidaturas.
Las empresas les hablan a sus empleados de preavisos, los minhaciendas
optan por el término de pre-reformas.
En fin, así en preámbulos nos dedicamos al pasatiempo nacional de
matar el tiempo creyéndonos el cuento de que somos pre-desarrollados y
confirmando que ni en la acción ni en el pensamiento hemos dejado de
ser, si acaso, pre-modernos.