Por: Mario Morales
Levantar el pico y placa por unos días tenía más fines propagandísticos para mejorar la decaída imagen del alcalde Samuel que otra cosa. Pero la improvisación volvió a hacer de las suyas en el Palacio de Liévano. (Publica El Espectador)
Fueron justas las protestas de los conductores atrapados en los trancones interminables. Se notó que Samuel y sus asesores saben más bien poco de movilidad capitalina. Pero el resultado va más allá del caos en el tráfico bogotano evidente en la última semana de 2009.
Tal y como estaba pronosticado desde hace once meses (y como fue profetizado con Peñalosa en 1998), la medida era inconveniente porque iba a disparar la compra de vehículos nuevos y usados para paliar el impacto de tener el vehículo parqueado durante cerca de noventa días a lo largo del año, o incluso como medida preventiva ante la galopante inseguridad en las calles como lo demuestran los 1.628 homicidios en 2009, con promedio de 4,4 diarios, según Medicina Legal.
Ahora no sólo nadie sabe cuántos vehículos circulan por las destartaladas vías de la ciudad, sino que de manera extraoficial nos enteramos de que esa medida, como casi todas las medidas “transitorias” (remember el 4 por mil o el impuesto de guerra), no sólo se mantendrá, sino que es simiente para que al nuevo alcalde se le ocurra la genial idea de incrementar la restricción.
Está claro que en materia de corredores, semaforización y señalización la ciudad sigue quedada por lo menos tres lustros y que aun con la entrega de las obras que están en retraso, el sistema vial de Bogotá será insuficiente para tanto carro, cuyo alto uso, así como la creciente demanda de motocicletas, siguen estimulados merced a decisiones de coyuntura como las mencionadas restricciones.
Y pensar que el metro está a una década, que Transmilenio no fue lo prometido, que el uso de bicicletas fue abortado, que los taxistas hacen lo que quieren y que no hay esperanza si los alcaldes, con la honrosa excepción de Mockus, siguen viendo a Bogotá como un trampolín de sus ambiciones personales. Con razón todos, salvo Pastrana, salen “quemados”.