Tiene razón Saramago. El nóbel lúcido que estuvo ensayando en Bogotá. Aquí los héroes son otros.
No precisamente los trovadores extraviados, encarcelados, sentenciados y ahora libres en medio de homenajes de prócer, de gavilán mayor.
No precisamente los exministros, investigados, sentenciados y castigados para ocupar cargos públicos y a cambio premiados con programas radiales y espacios de opinión para hacer públicas sus insensateces y sus cargos de conciencia.
No precisamente los violentos que cambian de bando al vaivén de las ofertas, ora atemorizando poblaciones, ora atesorando polilla en medio de la coca, ora disfrutando de la suite de la impunidad y del elogio oportunista merced a imposturas más imposibles que la del tristemente recordado súper agente 86, alias Serna Alzate, o que Caperucita, para no ir tan lejos.
Ni siquiera «las mábeles» levantando la casa a punta de pesas, ni los Montoyas a punta de chancleta, Ni los Juan Pablos Angel, a punta de poses, ni los mensajeros de las medallas, ahora ascendidos a patinadores.
Héroes, esos maestros de barriada y de niños desahuciados de toda infancia. Esas mujeres soñadoras a bordo de barcas rumbo a Barrancas perdidas. Esos cordones de miseria, como miran los violentos, a los cordones humanitarios, la última esperanza para que no lleguen unos en vez de los otros, para que no se desarmen otros en vez de unos.
Héroes, las madres cabezas de familia, los que estudian para sobreponerse a su trabajo, los defensores civiles de siempre en las inundaciones de siempre con las indiferencias de siempre.
Héroes los que se levantan cada mañana pensando que ahora sí, a pesar del zumbar de las balas, de las cifras, de los moscardones, de los discursos monotemáticos, de los vivas a la guerra de quienes viven de la guerra, de lo que se viene para el agro después de la indigestión con langostinos de Bush.
Héroes los que respiran dejando el 2004, suspiran mirando el 2005 y transpiran pensando en el 2008.
Héroes los que a pesar de todo, sueñan, los que aún sonríen, los que todavía se divierten porque siguen pensando, parafraseando a Oscar Wilde, que este país es un teatro, aunque tenga ese reparto deplorable.