Por: Mario Morales
El fin era evitar espectáculo mediático. Pero espectáculo hubo, por otras vías. (Publica el Espectador)
La liberación de uniformados en poder de las Farc tuvo, por la época y circunstancias, eco político y cubrimiento mayúsculos que el gobierno quería evitar a toda costa. En todo acercamiento entre partes en conflicto, cualquier oxígeno es determinante.
Pero distanciar a familiares y periodistas en el momento culminante dejó mal sabor de boca. Le restó el lado humano, rostros, voces y relatos al reencuentro y las historias de las tomas de las bases militares del siglo pasado que nos estamos debiendo para entender esta guerra miserable, narrada a punta de cadáveres, bombazos y destrozos.
Claro no hubo, por fortuna, espacio para la sensiblería, reemplazada por el autobombo del despliegue técnico mediático. Pero elegir que lo único digno de contarse en directo son los partes y gritos de guerra es presentar la verdad del conflicto a medias.
Esa parquedad para decirle al país que las vías pacíficas y los aportes de sociedad civil, en especial de Colombianas y colombianos por la paz y de los intelectuales, también pueden ser exitosos, contrasta con la sobreexposición de resultados de operativos militares; da más réditos la fuerza bruta que las negociaciones.
Flaco favor se hace el presidente para ambientar presuntas negociaciones con la guerrilla: harto le va a costar convencer a esa masa nacional que no obstante los avances, pequeños pero valiosos, le sigue pidiendo al Estado que aplaste a su enemigo como única alternativa de solución.