Por: Mario Morales
Después del exorcismo fruto de la desconexión por las festividades, era temprano en el año para sentir esa vieja frustración que cuestiona el patriotismo y la fe en lo que viene.
(Publica El Espectador)
Pero las cifras de Medicina Legal sobre homicidio de niños, la impunidad por el fraude a la DIAN, el carrusel de testigos en el caso Colmenares y la decepción porque no se amplió la tregua unilateral de la guerrilla terminan por doblegar los más firmes propósitos del naciente año.
Y es que mientras en EE. UU. avanza el debate sobre las motivaciones de los asesinos en serie, aquí seguimos en la cultura del ábaco: contar víctimas y exhibir números.
Unas horas después de difundida esa funesta cifra de 105 menores muertos violentamente, incluidos 13 suicidios, en las primeras tres semanas de 2013, se supo del asesinato de otros tres menores en Medellín, Cúcuta y Valledupar. Un promedio cercano a los cinco niños cada día. (¿Lo ven? Todos caemos en ese círculo vicioso).
Seguimos contando, con esa impotencia, los casos de presuntos responsables que vuelven a la libertad a pesar de los indicios, como en el fraude a la DIAN, o de los secuestros y robos simples, como si fuera cierto que no son peligro para la sociedad.
Escapa al conteo, por exceso, el caso Colmenares sobre cuyo desenlace, en tiempos e involucrados, nadie apuesta un peso. ¿Y las responsabilidades jurídicas y mediáticas que construyeron esa burbuja-monstruo donde todo es posible?
Y ya hay quienes están preparados para contar los efectos por el fin de la tregua unilateral, que la guerrilla debería mantener mientras haya conversaciones, como cuota inicial para abonar a la legitimidad de eventuales acuerdos.
En lo que tiene que ver con el país, parece que esas uvitas del 31 amenazan pérdida.