Hay formas de atentar contra la prensa. Unos prefieren el balazo criminal, la puñalada trapera o la asfixia mecánica. Así perdieron la vida tres comunicadores colombianos durante el año que acaba de terminar. El 21 por ciento de los homicidios acaecidos en América Latina. Con razón la Federación Internacional de Periodistas ubica en nuestro suelo uno
de los vértices del triángulo mortal de la prensa en esta parte del continente. Los otros dos son Haití y México.
Otros atentan contra la prensa, amenazando, extorsionando u obligando al silencio o al exilio. Las cifras verdaderas como las de los pobres o los desempleados nunca se sabrán.
Pero hay quienes revestidos bien de ingenuidad e inexperiencia, o escudados en presuntas funciones laborales terminan aniquilando el oficio que dicen ejercer.
Que los Bermúdez, Obdulios y Galanes no pestañeen luego del atentado contra la verdad del cual fueron artífices durante la encerrona contra Rafael Pardo, ya es costumbre en estos tiempos de impunidad.
Pero que quien dice llamarse Isis Durán (y lo que ella representa) y afirma ser periodista, siga fungiendo como tal en el Canal RCN,(en nombre del cual hizo la preguntita esa que confirmò Juan Manuel Santos sobre el presunto acuerdo de Pardo y las FARC) es un despropósito, sino un verdadero acto dinamitero contra la confianza de las audiencias, de ese medio en particular, del periodismo televisivo y de la opinión pública nacional.
Más allá de si habló o no antes con Daniel Coronel, de si fue aconsejada o no, su papel estelar de idiota útil en este escándalo ya suficientemente ilustrado en el campo político pero todavía en ciernes en el terreno periodístico no puede pasar de agache. Ni ella misma pero especialmente lo que ella representa.
En un país serio la renuncia de los funcionarios implicados sería un imperativo moral, mínimo ejemplo para las masas y los prosélitos a riesgo de un cacerolazo o un paro indígena.
En medio de unas prácticas periodísticas sólidas, contratar a una “comunicadora