Esta bién, cedamos. Parafraseemos ese verso de Juan Gabriel que todos conocimos por Rocío Durcal, y que dice que es verdad que la costumbre es más fuerte que el honor. Ignoremos la ley que propuso como día del periodista el 4 de agosto, hagamos aso omiso de la historia que recuerda que la traducción de los derechos del hombre realmente se publicó un 14 de diciembre.
Que sea el 9 de febrero. Que más da. Pero (y es inevitable entirse cándido, como cualquier participante en un reality de deseos utópicos) que al menos por esta vez sirva a para algo más que para el brindis de rigor o la palmadita en la espalda. Que después del 9 quede algo más que el guayabo.
Es hora de gritar un No más que se escuche hasta en San Andrés en
nombre de los tres, (no dos) periodistas muertos en los últimos doce meses.
Es hora de escribir con mayúsculas, el «BASTA» más grande que soporten las impresoras en nombre de los 103 comunicadores afectados por violaciones a la libertad de prensa en Colombia.
Es hora de pedir un alto en nombre de los 64 amenazados del 2005 y los tres que van en este año. De los 6 exiliados, del que está secuestrado, de los que sufren obstrucción en su oficio, de los chantajeados por la pauta oficial, de los vetados por las fuentes estatales. Pero especialmente por aquellos (cuàntos son?)que no aparecen en esta estadística por miedo, por falta de protección o porque ya es demasiado tarde. Que no importe la fecha, pero que el cierre de la jornada nos encuentre dispuestos a enfrentar los fantasmas de la censura, de la falta de reflexión, de la ausencia de preparación y de la carencia de sueños. Entonces los gritos y las pancartas y los manifiestos y las arengas y aún las candideces no habràn hablado en vano.

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