Hemos sido inhumanos. Usándola como pretexto, como carnada, como pretendido símbolo o como escarmiento. La hemos abandonado a su suerte. Ingrid Betancour completa cuatro años a bordo de sí misma, que son cuatro años que restan en la mejor edad de su vida, que son cuatro años que nos la hemos perdido con su particular forma de hacer política, cuatro años que son para ella la vida misma sin lo suyos.
Asidos de banderas sin nombre hemos hecho política a costa suya que es una forma de traición que no tiene nombre. Buscando culpables mayores y culpables menores (como si todos no lo fuéramos en la medida de nuestros roles y de nuestras responsabilidades) hoy ya no cuenta la mujer de carne y hueso, sino como carne de cañón frente al botín político, o como hueso duro de roer para quienes fueron y seguirán siendo sus enemigos ideológicos.
Francia en cambio ha hecho de este 23 de febrero una conmemoración para demostrar que los suyos (porque también es de ellos) no se abandonan a su suerte.
Desde la frontera con Bélgica hasta Montpellier y Burdeos, los franceses nos recordarán que un pueblo que cree en la razón no la pierde por caprichos políticos o por chantajes morales.
La música en Rouen, el fútbol en París, el humor por todas partes nos harán sentir que antes que historias del corazón o que razones de estado, hay un ser humano secuestrado en nombre de todos los que como ella han perdido su libertad, y que no importa que pase o se diga en Colombia, el fútbol aquí y allá, la música en los dos países y el humor en todo el planeta no volverán a ser los mismos mientras Ingrid no esté de regreso y libre con lo suyos, sobre todo si los suyos son también, después de estos dolorosos cuatro años, todos los demás secuestrados

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