Estos programas se tomaron la pantalla e invadieron cada espacio de la intimidad. Ahora venden calamidades. ¿Qué sigue?

Publica la Revista Carrusel del periódico El Tiempo

Quizás todo comenzó con un video de un accidente y más temprano que tarde se convirtió en todo un Truman Show.

Y se hizo realidad la película de Jim Carrey, en la que su vida se convirtió en un espectáculo de televisión. Mientras la fantasía orwelliana de El Gran hermano cobraba vida y agudizaba su mirada indiscreta, todos la atestiguamos exultantes ante la radiación de la pantalla. No se ocultó nada. Se hizo la luz, que invadió hasta el último rincón, pero la creación aún no estaba terminada.

Con prontitud, la realidad dejó de ser emocionante y se debió cavar aún más profundo, justo lo suficiente para alcanzar a tocar el nervio que transmite el dolor con un toque carnavalesco.

Ese mismo dolor que desde hace unos días se transmite en realities y que asegura a un ávido público.

Al parecer no todo es dinero (o tal vez sí, pero de otra manera). También hay que pelear por la existencia (lo que logra redefinir aquello de “ganarse la vida

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