Por supuesto que a muchos les hubiera gustado que la historia del hijo de Clara Rojas no se hubiera publicado. Es su exorcismo contra la terca realidad que aquí, como suele suceder, superó la ficción. Negar es una forma de conminar y de condenar a la no existencia aquello que no podemos controlar.
El hecho tiene entre muchas, tres aristas, que al analizarlas no se deben mezclar.
La primera, la editorial, que reclama el derecho de todo libro a promocionarse y a hacerlo en los momentos pertinentes, como sucedió en este caso, en plena antesala a la Feria del Libro. Éxito de ventas asegurado.
La segunda, la política, que reclama una mirada aparte por las connotaciones ideológicas que implica.
La tercera, la periodística, que plantea, como una moneda, matices de caras y sellos que se contradicen
Que era noticia no cabe duda. Por novedad, impacto e interés de su protagonista que era candidata a la vicepresidencia de la república. Pero además por ser inexorablemente el símbolo de la fusión de quienes aspiran a llegar al poder por los caminos del derecho y por quienes optaron por las vías de hecho.
Acierta el periodista al indigestarse dos años con el tema, comprobando, investigando y esperando el momento oportuno. Se equivocan él o su editorial cuando se confunden al presentarlo como un trabajo periodístico y sustentarlo como un relato con apartes de ficción. El derecho de todo lector es saber a ciencia cierta a que se enfrenta para poder elegir. Esa ambigüedad empantanó la discusión del contenido y la llevó a los terrenos de las prácticas periodísticas. Si era estrategia fue falaz. Si fue equivocación, gallardo era reconocerlo y reencausarlo. La cortina de humo de la donación de las regalías a una Ong fue desesperada y fallida. Así no quedó espacio para la reflexión periodística ni para la crítica literaria. El resultado: confusión en la opinión pública, ante la cual el narrador tiene que salir a defenderse, en vez de permitir que la discusión la diera su obra. Y entonces volvieron a ganar, a su manera, aquellos que, con otro tipo de intereses querían que no se publicara. Porque los debates sobre el acuerdo humanitario, el olvido estatal e institucional hacia los secuestrados y del trama de la guerra como tales, (esto es, como se dijo antes, los componentes políticos), quedaron aplazados. MARIO MORALES
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Javier Darío Restrepo, en Semana.com
Cree que en este caso no se aplican las restricciones sobre el derecho a la intimidad. “La intimidad de un personaje público, o de una persona involucrada en un hecho público o en un hecho que afecta al público es mucho menor que el de una persona común y corriente”, dijo a Semana.com.
Explicó que dado que el secuestro de Clara e Ingrid y las demás personas en cautiverio ha sido un drama para todos los colombianos, lo que le ocurra a los secuestrados se convierte en una preocupación para todo el país. “El nacimiento de una nueva vida es tan público como lo fue la muerte del coronel Guevara. No hay nada más íntimo que la muerte y, sin embargo, fue noticia. Si Jorge Enrique hubiera estado allí y se hubiera enterado de la muerte de un secuestrado y no lo hubiera contado habría sido muy reprochable. ¿Por qué no lo va a ser si se entera de una vida?”, dice. Restrepo cree, incluso, que era su obligación como periodista contarlo. “Hay un interés de la nación porque hay un interés de todos los colombianos sobre el secuestro, porque estas personas tienen un sufrimiento que queremos que termine”.
En la misma dirección opina María Teresa Ronderos, columnista de Semana.com y profesora de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que hace dos años le dio el premio de mejor periodismo en televisión a Botero por su video sobre los policías secuestrados. Ella considera que el tema de la intimidad no pesa aquí porque se iba a conocer la noticia tarde o temprano, y en todo caso, ya existía un rumor al respecto. “Es preferible cuando la gente investiga y cuenta la historia con sensibilidad a seguir alimentado chismes maliciosos”, dice. “En todo caso hace reflexionar al país sobre la tragedia de la guerra”.