Quizás tienen razón en tratarnos como nos tratan, como nos tratamos. Pocos sabemos de nosotros, ni siquiera cuántos somos.
Aterra saber que nadie sabe cuántos pobres hay, para saber a cuántos pobres asistir. Que más de 24 millones dicen los estudios, que apenas veinte millones insiste Planeación.
Que las cifras que maneja la Cancillería y el DANE sobre los colombianos en el exterior difieran en más de 2.700.000 seres humanos, parece un chiste…cruel, por supuesto, y eso que falta ver qué datos tiene la DIAN de las remesas que mantienen a un buen número (del cual nadie da razón) de colombianos dentro de nuestras fronteras.
Que inteligencia militar diga que entre abatidos, detenidos y reinsertados sumen algo más de 24 mil guerrilleros en los últimos 29 meses, es una prueba fehaciente de que aquí no hay guerra porque la insurgencia ya no existe y quizás tampoco sus auxiliadores, sobre todo si en algunos anales, la cifra de alzados en armas no superaba los 14 mil miembros.
De los desplazados no se puede hablar, también lo están de las estadísticas. El DANE y Planeación saben que las cifras sobre delitos disminuyeron no por falta de ocurrencia de casos y sino por ausencia de denuncias. Quizás las víctimas o sus familiares sí sabían que la impunidad en el país es del 90% como sostienen los especialistas y no del 50% como alegremente dice la Fiscalía.
Para no mencionar el desconocimiento el número de hectáreas con cultivos ilícitos, la cantidad de dólares vendidos a menos de dos mil pesos, el número de armas entregada por los paramilitares.
Por ahora sólo aparecen ciertas las cifras del bajísimo incremento del salario mínimo para el nuevo año y los 1400 millones de dólares millones que dice Forbes que tiene Luis Carlos Sarmiento Angulo, lo que valió su nominación entre los 406 personajes más ricos del mundo.
Cuando se escriba la historia de Colombia entonces talvez se diga que el nuestro era un país que tenía entre uno y dos millones de metros cuadrados, que tenía entre 30 y cuarenta millones de habitantes, que tuvo un presidente que gobernó entre cuatro y ocho años y que contra todo lo que se diga, desaparecimos antes de poder dilucidar la diferencia entre censar y empadronar.
Y pensar que todo se hubiera solucionado con un ábaco.