Por Daniel Valencia
Señor Editorialista: además de la frustración que deja la pobre y mediocre actitud de Juan Pablo Montoya, causa perplejidad su editorial de hoy miércoles porque, en entrelíneas, prácticamente termina haciendo una apología de la falta de pundonor y ética de la responsabilidad de Montoya, reemplazadas por sus rabietas de «niño bien». Nadie le exigió, ni teniamos porque exigirle al deportista, que fuera campeón de la Fórmula 1, ni que tenía la obligación de destronar a Schumaher o de no dejar surgir a Alonso. Su único deber era correr, hacerlo bien (no perfecto), y llegar hasta el final e irse de allí decentemente, sosteniéndole la mirada a sus colegas y a los directivos de la Fórmula 1, lo mismo que a la afición mundial y al país de Colombia, ese al cual el periodismo colombiano, cabalgando sobre la imagen del corredor de autos, se encargó de fabricarle otra de sus ilusiones banales, eso que ahora llaman «Colombia es pasión».
No es coincidente que la noticia sobre Montoya se produzca al tiempo que se revela el informe sobre la pobreza y mediocridad de fútbol colombiano, no tanto como justa deportiva sino como actividad económica, manejada y controlada por diferentes agentes del empresariado colombiano, el mismo que no ha sido capaz de construir un mercado interno, nacional, para crear rinqueza éconómica y dignidad nacional. Ambos casos simbolizan la decadencia de un país que apenas se sostiene por íconos barnizados de éxito a punta de halagos, de adulaciones, de elogios por conseguir pingües resultados en el deporte, en la economía y hasta en la política, encubriendo con todo ello la ausencia de una ética pública, cívica, que ustedes, los medios masivos de comunicación, debieran ser lo primeros en exigirla, con vehemencia, a toda figura pública, desde el primer mandatario hasta cualquier deportista que vaya y ponga en ridículo a todo un país.
Como educador y como investigador sólo me queda recortar su editorial, como tantos otros, y en el refugio de las aulas, debatir y analizar con mis estudiantes las huellas colectivas que van quedando de la forma tan humillante como este país se ha ido postrando ante el delito, las mafias, los violentos, y ahora ante los mediocres, con la mirada complaciente y casi que cómplice de agentes como El Tiempo, el cual representa buena parte del periodismo colombiano y que hace parte del sistema informativo, ese al que las sociedades confían la tarea de ser vigilantes del entorno para que los países no se desbarranquen. Esa es la primera responsabilidad del periodismo; si hoy no la cumple, esperemos que vengan nuevos tiempos.
Atentamente
Daniel Valencia