¿Pecó El Tiempo, como lo da a entender entre líneas el presidente Uribe, al utilizar filtraciones en la investigación que adelanta sobre presunta vinculación de militares en el montaje de atentados terroristas?
Es una de las preguntas que vale la pena hacerse antes de que sea excomulgada por el sanedrín de Palacio, su unidad investigativa en pleno.
Las filtraciones son recurrentes en el oficio y, como casi todo lo que está al alcance del periodista, resultan convalidadas y legítimas o no, dependiendo de la práctica que anteceda su publicación o emisión.
En últimas el problema radica, para decirlo en términos muy utilizados por estos días y especialmente por estas noches, en si el periodista fue activo o pasivo y en si hubo dinero de por medio.
Una filtración es la información secreta o desconocida a la que tiene acceso un reportero y cuya fuente aparece ante el público como anónima.
Si en la consecución de la información opera desde el comienzo la iniciativa del reportero y éste procede a verificarla y sustentarla antes de darla a conocer y además le expresa a sus audiencias la forma como la obtuvo, esa filtración no sólo respeta la deontología, esto es, el deber ser del oficio, sino que además resulta necesarísima por cuanto es una opción en el reducido espectro de posibilidades de acceder y dar a conocer esa información.
Mantener el sigilo, esto es, no divulgar la identidad de la fuente equivale aquí a garantizar su seguridad.
Ese tipo de prácticas a lo largo de la historia nos ha permitido conocer un poco (aunque cada vez sea menos) el país que nos tocó en suerte y las personas o los intereses que lo gobiernan.
Caso distinto de cuando la fuente busca al periodista, con obvios intereses velados de beneficiarse con la información filtrada y publicada (o de dañar a otros). Peor aún si esa información se entrega a cuentagotas de acuerdo con el vaivén de la opinión pública.
¿La desecha entonces el periodista? Por supuesto que no. Procede a verificarla, comprobarla y a publicarla, identificando sus fuentes en cuanto sea posible (sin afectar la seguridad de nadie) pero siempre explicando la forma como obtuvo la información y muy especialmente si tuvo que pagar por ella (cuando es el último reducto para hacerse a esa información).
Peca el periodista sólo si, en uno u otro caso, presenta la información como producto de su trabajo de investigación sin contextualizar sus rutinas periodísticas.
Peca el periodista si puede identificar la fuente; sin riesgos de seguridad, y no lo hace.
Peca el periodista si emite la publicación sin previa verficación. Idiota útil.
Peca el periodista si paga por la información y no se lo cuenta al público
Y peca mucho más si por pereza (a comprobar) o resignación archiva la información valiosa que tuvo entre sus manos.
La filtración es a veces el camino más corto (cuando no el único) hacia la verdad, y bien practicada está lejos de la frontera de lo ilegal, de lo punible o de lo inmoral, sólo que debe estar comprobada y rodeada de toda la verdad posible hacia quienes nos debemos los periodistas: las audiencias ávidas de información, pero también de claridad y transparencia, características que parecen molestar tanto a quienes tienen cosas que ocultar.

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