Dicen que entre todos los elegidos, recién nombrados, renombrados y atornillados representantes de la Diplomacia internacional (como cuenta Daniel Samper que pasa en Londres con la Ex del Moreno que dejan jugar en el Bid y con la retoñito del recién casado, y dispuesto a dejar más descendencia al servicio público, el ab-negado Sabas Pretelt) hay uno que está a punto de ser desnombrado…
Se trata del flamante embajador en Argentina, Jaime Bermúdez, y no porque le haya quedado grande el cargo. El pobre, desde allá todavía no sabe si debe hacer fuerza por callarle la Boca a los azules o gritarles gallinas a los rojos de la capital (y que conste que estamos hablando de fútbol). El duro trance de pasar de lo virtual a lo real.
Y es que al que fuera asesor de propaganda, manejo de medios, componedor de encuestas en la primera era de Uribe, no lo dejan trabajar con tanta llamadera desde Palacio, cada que hay una crisis. Con decirles que con la cuenta telefónica del mes larguito que lleva el re-gobierno, a Jorge Mario Eastman, su reemplazo, le hubiera alcanzado para pujar en la venta de acciones de Colombia Móvil.
Haciéndole poco honor a su apellido, el Jorge Mario, anda medio desorientado con la avalancha de críticas y escándalos que tiene que afrontar a diario y sin posibilidades de culpar a la oposición.
Desde que Bermúdez dejó de poner toda la carne en el asador a cambio de un churrasco, hoy todos se sienten con el derecho de hablarle a Uribe al oído (práctica que ya una vez le ocasionó laberintitis, con la que luego contagió al proceso con los paramilitares) y, lo que es peor, con la autonomía para hablar en público y al mismo a tiempo, de tal manera que nadie entiende salvo una que otra frase como sucedía con El Chavo luego de los gritos en clase del profesor Jirafales.
Eso explica el desatino, contradicciones y despelote de versiones y declaraciones en el escándalo por la presunta participación de militares en el montaje de atentados terroristas en plena etapa electoral… No faltará quien, desde lejos, le encuentre el aire tragicómico a esos malabares, a despecho del indigente muerto, los dieciocho militares heridos y los sustos que se han llevado con los estallidos los “nada que ver

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