Dos problemas urgentes, entre muchos importantes, afronta el país en esta época de exámenes finales, parciales y balances. El primero de ellos es qué vamos (así, en plural, porque es un asunto nacional) a hacer con La Conchi una vez termine en estos días de empacar maletas en la Cancillería, y el otro es cómo vamos a conseguir su reemplazo. Para su fortuna (la de María Consuelo y para desgracia de las viejas fisgonas de La Candelaria) coincide con las vacaciones de fin de año el siempre engorroso proceso de elegir qué se lleva, qué deja y qué bota. Cuenta además a su favor con las maletas y cajas que no terminó de abrir luego de su reciente traslado desde el Ministerio de Cultura.
Pero el trasteo ha comenzado a facilitársele luego de decidir que a la pira de la noche de las velitas van no sólo las decenas de miles de cartas que los colombianos de todas las tendencias le enviaron, con uno que otro detallito adjunto, pidiendo su intercesión para saber de su situación ante la Fiscalía, sino también los voluminosos diccionarios alemán-español español-alemán (amén de los Dvd y manuales de alemán rápido) con los que practicaba para la manoseada visita oficial a ese país. Su esposo está que no cabe de la dicha. Ya hizo reservaciones para el 20 de enero en Sincelejo y tiene como planes B y Quipile y San Juan del Cesar, Guajira. Dicen sus allegados que está tranquila. Es conciente de que con ese ángel que tiene, trabajo no le va a faltar en esta época de pesebres. Como se sabe, le llueven todos los días ofertas de laboratorios de cremas dentales y champús, de body-techs y hasta de telenovelas nacionales que quieren que siga los pasos de su hermano Alvaro, actor fugaz de la serie Escalona. Incluso, me dicen que se la pelean con contratos seductores para las próximas versiones del Factor x, categoría solista vallenata, y de Bailando por un sueño.
¿Qué colombiano hoy no quisiera ser su socio en una oficina de lobby o de redacción y sustentación de hojas de vida? Si hasta han penSado en que reemplace a Hernancito Orjuela y al hoy
marginado, pero aún en nómina, Diego Fernando Londoño, en el alicaído programa televisivo de Día a día. Pero todo eso lo tiene aplazado La Ministra. Y si no escribo la partícula ex, se debe a que una de sus posibilidades es seguir siendo ministra, en otra cartera, se entiende. El primero en promocionarla en ese sentido fue su colega Juan Lozano, quien dijo que con esa alegría y esa espontaneidad estaba que ni pintada para el Min-Ambiente. No sabemos si a don Juan le sigue sonando eso de ser Canciller, para lo cual, y de eso somos todos testigos, se ha entrenado en cuanto coctel, francachela y comilona se ha realizado en este país en los últimos doce años. Además es buen conversador, divertido y está tomando un curso intensivo
por correspondencia de catadura de vinos y de protocolo diplomático con la asesoría in situ de Carlos Moreno de Caro. En esas decisiones de alto perfil se gana o se pierde por una nariz. Sobre todo, a sabiendas de que en el otro extremo del sonajero está Doña Noemí, de la heráldica de los Sanín y de los blasones los Posada. Tiene a su favor que el gobierno se ahorraría con ella un empalme y la visita guiada por el Palacio de San Carlos. Además su talante femenino ayudaría a sosegar a los altisonantes mandatarios de la nueva izquierda latinomericana, a los
congresistas demócratas de Estados Unidos y por supuesto a la embajada alemana.
El presidente Uribe, que ha estado atento al match en el que el campeón mundial de ajedrez perdió con un computador, parece inclinarse por un enroque, que en el juego ciencia es un movimiento de seguridad y que en política recoge la estrategia de cambiar para que todo siga igual. Eso que sus malquerientes llaman contentillo.