No fue un buen año para el Comisionado de Paz. Salió al final de pelea con todos, hasta con la ternura de Fiscal que tenemos. Ya lo había hecho con la bonachonería de Sabas y con la generosidad de los jefes ‘paras’ que accedieron a trasladarse y de esas 30 mil almas de Dios que esperan el paz y salvo para sembrar aceite de palma, allí donde el director de la Policía dice que ya no hay cultivos ilícitos. Para colmo, tampoco le resultó el copy-paste histórico que quiso hacer primero en Ralito, luego en La Ceja y próximamente desde cualquier lugar del mundo, como diría don Julio Sánchez Vanegas, ahora que la televisión es en colores.
Debe saber don Luis Carlos que nunca segundas o terceras partes fueron buenas. Noble de su parte que haya querido seguir el ejemplo de la gesta (imitando incluso los gestos pero extralimitándose en los gastos) del frayle Bartolomé de las Casas que, cuando lo que hoy es Bogotá era fundada, propuso pacificar Tezulutlán, tierra de guerra, entre indígenas y españoles, en lo que hoy conocemos como Guatemala. Para ello, el frayle creó (con la misma paciencia de don Luis Carlos y la misma ilusión de don Camilo Gómez) Vera Paz, una zona donde no podían entrar otros españoles antes de que los indígenas fueran convertidos. Era pues una zona de distensión, de concentración y de alboroto que a diferencia de las actuales funcionó, claro, desde la perspectiva española y desde la perspectiva religiosa. Convertidos los indígenas, ya no hubo en esa zona necesidad de las armas. No creemos en sana ley que don Luis Carlos, siguiendo las trazas de Fray Bartolo, quiera convertirnos por el camino de la ternura, en cuarenta millones de mansas palomas para sembrar plantas, distintas a la amapola, trabajar en la carpintería y servir de modelos para los comerciales de la oficina del Alto Comisionado como paradigmas del convivir, quiero decir de la convivencia actual. Suponemos que los llamados a reintegrarse a la sociedad son ellos, los muy alzados (en armas, aclaro, como lo sabe el oído de don Luis Carlos) pues al fin y al cabo «los buenos somos más» si hemos de creerle al comercial de Colombia es pasión (cuyo cabezote fue grabado al natural en las recientes sesiones del Congreso con papel protagónico de doña Dilian Francisca Toro, que demostró tener los calzones muy bien amarrados, aunque al revés, valga decir, para deleite de nuestros sentidos). Lo que don Luis Carlos no sabía es que la propuesta de fray Bartolo no era más que un remake, adaptado al medio americano y con alargue, de un suceso de hace diez siglos.
En ese entonces, las autoridades civiles del Viejo Continente eran incapaces de mantener la paz y (antes de que prosperaran las ideas de paramilitarizarse que ya se incubaban) para proteger a los indefensos contra una nobleza sin ley en un período de anarquía feudal (cualquier parecido con los ganaderos del bajo Cauca, con los terratenientes de Sucre o los políticos del Cesar es pura coincidencia), se idearon un principio canónico que prohibía las hostilidades entre el sábado por la noche y el lunes por la mañana; la pena era la excomunión. Como la medida funcionó, se extendió a todo el fin de semana y luego a las festividades de Pascua, Navidad y otras celebraciones de fin de año. No hubo, como lo debe saber Diana Uribe, necesidad de ley seca, jinete elegido ni toque de queda. La historia reconoce esta anécdota como la Tregua de Dios. En esos avatares de las investigaciones documentales y las traducciones, el Comisionado se dejó llevar por su corazón grande y confundió el garrote con la zanahoria y aunque gracias a esta última se le estancó la miopía, no así el astigmatismo, nadie en este país de las maravillas le ha podido entender sus buenas intenciones de llegar al tutaina tuturamaina verdaderamente «entreguado», que es una arcaísmo que no ha vuelto a usar para evitar malas interpretaciones. Pero obstinado como es, dedicará estos días a estudiar las estrategias de paz que utilizó la humanidad desde Nabucodonosor hasta Atila. Justo la tregua que necesitaba el Gobierno. El país está a punto de perder un pazólogo… ¡y de ganar un historiador!