Este es el peor momento para la prensa del mundo. Y lo es no tanto por los muchos graves acontecimientos que nos afectan. Lo es principalmente porque están sucediendo ahora y nos toca convivir con ellos.
Al dramático grito de auxilio de la periodista francesa Florence Aubenas, secuestrada hace dos meses en Irak, le responde el eco de los bombazos a una emisora en Cali y a las torres repetidoras de los dos canales de televisión del país.
A las exigencias gubernamentales de un periodismo patariótico en Colombia, le riposta la ilusión estatal de un gobierno sin diarios en la presuntamente izquierdista argentina de hoy en manos de Kirchner.
A la persecución en Estados Unidos contra el derecho a la reserva de la fuente, (uno de los últimos rescoldos del periodista), le suceden las detenciones en Bahrain de dos comunicadores que trabajaban en una red antigubernamental.
No se sabe qué es peor, si el falso periodista de la Casa Blanca (que intervenía en las ruedas de prensa para desviar la atención cuando los voceros estaban contra la pared) o la condena a doce medios españoles por intromisión ilegítima en la intimidad de dos menores.
Pero aquí, allá y acullá, los periodistas son señalados de ser la caja de resonancia del terrorismo, de ser los culpables de los malos resultados como dicen los directivos de Santafé, los responsables de los pobres resultados del Plan Patriota, los malambientadores de la ley de paras y de las negociaciones en Ralito.
La más vehemente queja del gremio (aunque la práctica se venga repitiendo en los últimos dos mil ochocientos años) proviene de la península Ibérica, (aunque parece que hubiese sido firmada por los reporteros que cubren Palacio, Ministerios, Cortes, Congreso, partidos y fuentes deportivas).
Dicen los padres del oficio que los medios de comunicación han sido relegados al mero papel de altavoces. Que se ha vuelto ley la advertencia, a viva voz, antes de que funcionarios o personalidades den declaraciones, de no permitir preguntas. Eso dicen escuetamente ellos o sus los jefes de prensa mientras entregan sus prolijos boletines de prensa, sus casetes editados, sus fotos retocadas. Y nadie hace nada. Nada de distinto de recibir los contenidos, de sonreír batiendo la cola, y de esperar el silbido a una nueva “rueda de prensa

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