Después del último trimestre del año pasado (en el que el Ministro de Minas pensó seriamente en convertir al país en exportador de sal), la mala racha del gobierno nacional parecía haber llegado a su final. A cual más todos pregonaban la posesión de la patente de la contra para enfrentar la seguidilla de males, escándalos y desgracias que como una plaga se extendía por la administración pública.
Los debates partidistas, familiares y políticos cedieron a las polémicas para reivindicar la eficacia del jugo de noni, los rezos de Mauricio Puerta, los efectos milagrosos de las gotitas energéticas, la incidencia de ciertas prácticas de la cienciología, el yoga y hasta de la física cuántica, tan de moda en las tendencias espiritistas del siglo que despunta.
En la cartera de Hacienda sospechaban que algo tenía que ver el Tricófero de Barry (con el que mantiene el ministro el saludable brillo de su cabello) y los sorprendentes signos de vitalidad en el crecimiento económico nacional y no, como pregonan sus opositores, debido a la carambola de los buenos vientos en los mercados internacionales.
El Ministro de protección rejuvenecido y repotenciado atribuía a las buenas energías la voltereta del Supersalud que avaló, (después de oponerse rotundamente), la defunción de quinta del Seguro social y lo que es mejor decía, sin ninguna, marcha, sin ningún bloqueo sin ningún paro.
En el Ministerio de Defensa se inclinaban por creer en la influencia del agua florida de Murray que patrocina el Almanaque pintoresco de Bristol, en la aparición como por encanto de Fernando Araujo y de las múltiples caletas con las que Chupeta le dio caramelo durante dos años a las autoridades que estaban tras la pista de ese medio centenar de millones de dólares (que es mucha más plata que la que se perdió en la historia del Seguro Social, en Transmilenio, en Chambacú y en la iluminación navideña de Bogotá, todo junto).
En fin, todo parecía ir viento en popa: Mancuso narraba sus cuentos de terror entre seres de ultratumba, los gordos del Baloto caían y rebotaban contribuyendo al dinero circulante, el ministro Arias se asía del mismo salvavidas del que han estado prendidos la canciller, el fiscal general y el comisionado de paz; y hasta el Congreso en pleno planeaba una fiesta de despedida anticipada a Moreno de Caro y su tripulación exótica para envidia de los hermanos Gasca.
Pero no hay bien que dure cien años. En pleno jolgorio se ha reabierto la caja de Pandora con el anuncio de que Estados Unidos revisará (para acabar con las malas traducciones que hacen en el Ministerio de Comercio Exterior) el TLC con Colombia antes de presentarlo al Congreso de su país, porque dicen que es atentatorio contra los trabajadores colombianos. Cuestión que aquí no se ha mencionado, quizás por culpa del inglés chapuceado de los norteamericanos, más enredado en boca de los políticos e ininteligible si son demócratas.
Como si fuera poco, después vino el desplome del precio del petróleo, las emboscadas a policías y soldados, la pérdida del liderato en la vuelta al Táchira, los desplantes ecuatorianos al presidente y a la bandera colombiana en la posesión de Correa, la caída en picada del dólar, la favorabilidad de Peñalosa en Bogotá y de Serpa en Santander, la llegada con nalgadas del fenómeno del niño y hasta los ataques de las abejas africanizadas (sin relación, por ahora, con Moreno de Caro ni con grupos terroristas) a la finca el Ubérrimo del presidente Uribe causando la muerte de cinco pavos reales, dos gallinas ponedoras y un número aún no determinado de cerdos. Señales incontestables todas de que seguimos en épocas de vacas flacas.
Veremos si el aquelarre del partido de la U en Hatogrande, la esencia de glifosato importada del Ecuador, el jabón de romero y quina que piensa exportar el Ministro Plata y las premoniciones en la duermevela del Ministro Holguín logran conjurar esas nubes negras antes de que por la impaciencia, a alguien se le ocurra dejar el destino de la patria otra vez en manos de los paranormales. Dios nos libre.