Cuando se haga el inventario de nuestras virtudes y defectos, quienes nos sobrevivan y le sobrevivan las ganas de contar como éramos, como somos, se dirá que los colombianos aparte del jengibre y de la humildad no conocimos la paz ni la amistad.
De los tres primeros temas se ha ocupado, en su orden, los glotones, que hoy tienen más tribunas que El Campín; los newstars, que brillan con luz propia en el firmamento informativo; y los tantos expertos y los muchos más colados entre los expertos, que al igual que los combatientes han encontrado en la guerra otra forma de ganarse la vida.
Pero de la amistad, (pasada la pirotecnia de San Valentín, y desde el veto al padre Alfonso Llano), nadie quiere hablar. Ni siquiera Fabio Valencia Cossio, que dicen que era el barón electoral con más amigos en Antioquia.
Esa institución (la de la amistad, se entiende) está más desprestigiada que el Seguro Social y el IDEAM juntos. Amigos decían ser Carlos Castaño y Monoleche, El Fiscal Iguarán y su parasicólogo, Serpa y el resto del mundo, María Emma y Lucho Garzón, la cúpula desmovilizada de los paras y el comisionado de paz, para no citar sino algunos “divorcios

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