Por Óscar Domínguez G.
Señor, muy agradecidos por el detalle de fina coquetería de habernos regalado hace 80 años a Gabriel García Márquez, Gabito, para su entorno.
Por cierto, el 6 de marzo, día de su cumpleaños, el único que no apareció fue él para apagar las velitas. Se metió en alguno de sus cuentos y se esfumó.
Por estos días, en Macondo hay fiebre a 40 por el Nobel. Han brotado gabólogos y gabólatras como arroz. Medio país resultó amigo, pariente o cómplice suyo.
Su editora, Carmen Balcells, le dio serenata por celular. Y el fotógrafo colombiano, nacionalizado en México, Rodrigo Moya, publicó en La Jornada fotos de un sonriente Gabo con las huellas de la golpiza que le propinó en el rostro Mario Vargas Llosa por asuntos de faldas.
Muchos han aprovechado la coyuntura para cuestionar que haya sido tacaño con su pobre terruño de Aracataca que quemó 80 voladores en su honor. Sus devaneos políticos son actuaciones que tampoco le perdonan algunos de sus paisanos. Fue la forma que escogió para penetrar en la leyenda.
Tú que te las sabes todas y hasta bailas trompos en l’uña, Señor, sabes bien que un premio Nobel no es producto de una mojada acalorada. Es fruto de toda una vida dedicada al oficio de creador que tú inventaste.
El fabulista de Macondo ha camellado con unos niveles de exigencia tales que era forzoso verlo triunfar. Por algo es Nobel en literatura y en periodismo.
Leer a don Gabriel es lo más parecido a la felicidad. Te lo recomiendo. Empieza por El coronel no tiene quien le escriba donde el narrador dice a través del anónimo coronel: «Dios es mi copartidario». Claro que Gabo es agnóstico, según le oí decir a su biógrafo mayor, Dasso Saldívar, autor del espléndido y cuatro veces reeditado Viaje a la semilla.
Señor, te puedes ahorrar las Memorias de sus putas tristes, su último parto. Flojongo más bien, aquí entre nos y que no salga del universo.
Otros estiman que el de Aracataca tiene el escepticismo por cárcel. En eso se hermana con Borges, quien no lo leyó. O no pasó de los primeros 20 de los Cien años de soledad.
Pese a su ateísmo gracias a Dios, para evitarse una «plomonía» en su tierra, se casó por lo católico con Mercedes, y le pidió a su amigo el cura guerrillero Camilo Torres que bautizara a su primogénito. Camilo pidió que se arrodillaran quienes creyeran que al momento del bautizo el Espíritu Santo bajaba sobre el bebé Rodrigo. Todo el mundo, incluido Plinio Apuleyo Mendoza, su padrino, se quedó de pie.
Voy al grano: tú sabes que Gabito ha escrito tanto y tan bellamente que sus musas decidieron darse un sabático, abandonar su entorno para descansar. Le hicieron huelga de metáforas caídas.
Te pido un favor: como regalo único para todas las efemérides que celebra este año, por favor, devuélvele sus musas al hijo del telegrafista y doña Luisa Santiaga. Con sus musas desinhibiéndose en alguna playa del Caribe, el maestro no ha podido terminar la segunda parte de sus memorias, que son deliciosos reencauches de textos suyos más o menos conocidos. No nos puedes hacer el desaire de dejarnos colgados de la brocha sin leer el resto. No sería justo.
Ahora, muy entre nos, Señor, va otra intriguita: si mantienes la decisión de que las musas sigan alejadas por un tiempo del Nobel, ¿por qué no te tiras una buena parada con este negro y le endosas algunas de sus musas, aunque sea por algunos segundos?
No hay necesidad de que me mandes todas las musas. Sería tan traumático como si los amores platónicos me pararan bolas. Me encartaría con ellas. ¿Qué tal que Brigitte Bardot, Marilyn Monroe o Catherine Deneuve, me aceptaran una invitación a sí fornicar? No tendría con qué responder.
Ser Gabo por unos momentos nada más, sería tan exótico como tener por unos minutos los 60,000 millones de dólares de Bill Gates. Es apenas una fantasía como esas que proponen en televisión. Te la cambio por el retorno de las musas a su legítimo dueño. Señor, mejor no le quito más tiempo a tu eterna juventud.
Óscar Domínguez G. escribe desde Bogotá, Colombia.