En sus horas agónicas, Juan Pablo II no ha eludido la exposición de su rostro transfigurado ante los medios. Por el contrario, el Papa se ha instalado una y otra vez abiertamente frente a las cámaras. Eso disparó interpretaciones disímiles y posiciones encontradas en todo el mundo. La información salió publicada en el diario argentino Clarín.
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En su propia patria, el rotativo polaco Gazeta Wyborcza comentó con dureza y sin eufemismos en relación a las escenas de la última Semana Santa: «El «reality show» dominical que mostraron las pantallas fue macabro. Hubo voces, en especial de gente joven, que dijeron que ya «no se podía aguantar»». Una de las paradojas que brotan de esas imágenes propaladas globalmente adviene de lo que podría denominarse la potencia dramática de la imposibilidad.
El Papa, una y otra vez, ha intentado hablar ante sus fieles. Y las cámaras y los micrófonos exhibieron sin velos esa imposibilidad. Difundieron minuciosamente ese esfuerzo extremo que ha concluido fatalmente en el silencio. Juan Pablo II ya no puede hablar, y su mensaje entonces, ciertamente conmovedor, brota de ese silencio contra el que lucha.
«Jamás tuvo tanta perfección carismática como en los momentos de pérdida del habla, temblor y agonía que se perfila», escribió recientemente el teólogo Friedrich Wilhelm Graf en el SüddeutscheZeitung de Alemania.
Manuel Trallero, del diario español La Vanguardia, detectó un instante fascinante para la reflexión mediática: «Hubo una imagen que marcó el clímax televisivo. Fue un momento cargado de significado. El Papa no pudo asistir al vía crucis del sábado, lo vio por televisión. Lo realmente sensacional es que los espectadores también vimos cómo lo veía. En su capilla particular, de nuevo de espaldas a los televidentes, lo seguía a través de una pantalla situada precisamente debajo mismo del altar y que ocupaba casi todo el espacio libre.» Trallero, además se asombra por lo que considera una cierta anestesia general de los telespectadores: «Prácticamente, estamos asistiendo a su muerte en vivo y en directo y a nadie parece escandalizar».
En el diario La Stampa de Milán, Vincenzo Marras, director de la revista Jesús, de prestigio en los ámbitos eclesiales italianos, reveló a través de su testimonio los sentimientos contradictorios de los católicos más cercanos al Vaticano mismo: «Siento dos sentimientos fuertes y opuestos: sincera conmoción por Karol Wojtyla (…) y fastidio por la ostentación del dolor», se lamentó el religioso. «El problema no es el sufrimiento en directo por televisión, sino la transformación en espectáculo de un momento tan privado e íntimo como la enfermedad».
La historia no registra otro final de Papado con la enfermedad del Papa expuesta ante el mundo. Por cierto, el derecho pontifical clásico no se expide sobre las relaciones entre los Papas y los medios del siglo XXI. En esos casos, cuando se presenta una suerte de vacío legal canónico, como recuerda el filósofo Pierre Legendre, el Papa mismo se convierte en «la voz viva del derecho». Literalmente el Papa ya no habla, pero desde el dogma sigue siendo considerado infalible. Sus acciones para los creyentes son siempre trascendentales. Su cuerpo habló por él, y en la inminencia de su muerte, ese es su mensaje.