Son cosas de la estadística dirá, con precisión, el Dane. A julio de 2003 éramos 44 y medio millones de colombianos. Hasta hace unos días sumábamos (o restábamos dependiendo del grado de optimismo) cerca de 41 millones, 300 mil. Ahora, después de unos necesarios ajustes, amanecimos un millón seiscientos mil habitantes más.
Pero nadie pueda dar fe de un incremento en la actividad sexual nacional, porque hasta allá no llegan los encuestadores, o que hayan aumentado los nacimientos de criaturas reconocidas.

Para envidia de otros sectores, es el resultado de una conciliación que tiene origen en tres variables (lo siento, el lenguaje es contagioso) como la difícil accesibilidad a más de medio millón de connacionales (sin contar al Comisionado de Paz y a los misteriosos habitantes de la cárcel de Itaguí y del centro Vacacional de Chicoral), dificultades en la transferencias y errores en las unidades censales.
Claro, el asunto tendría tintes de celebración (al ritmo ese de Colombia es Pasión en el que los colombianos somos más) de no ser porque ese cambiecito suscita de entrada, ajustes en todos los indicadores de la vida nacional, comenzando con el Plan de Desarrollo, Colombia 2019 y para no ir tan lejos en el presupuesto 2008, en el ingreso per cápita (seguiremos por debajo de los tres mil dólares) y en las estadísticas que tienen que ver con las próximas elecciones.
Es una cifra significativa, no crean. Puede ser el eslabón perdido entre la información que sobre desplazados maneja la Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los refugiados, que dice que son tres millones, y las estadísticas oficiales, que señalan que “apenas” superan el millón. Puede ser también el nuevo botín de los trasteadores de votos o el pretexto de los que se quieren quedar con el raspado que dejará la Ley de Transferencias. Los únicos que no se podrán aprovechar de esos datos son tanto la guerrilla (que ya está reducida a la mitad, según dice el gobierno) y los paramilitares (que están todos presos o reinsertados, según dicen ellos mismos y ya sabemos la fuerza que tienen sus declaraciones).
Por eso, es urgente que el Dane termine de precisar los cambios para evitar que alguien los pueda utilizar en su beneficio. Se trata de una decisión difícil que iría en contravía del camino de apertura que delineó la Gran Encuesta Integrada de Hogares con la cual la entidad se quitó de encima la papa caliente de mostrar mensualmente cómo crecían las cifras de desempleo sin que la estadística y la ingeniería de sistemas avanzaran al mismo ritmo de las explicaciones que el gobierno requería. A cambio en su página web ahora publica la información necesaria para que el lector calcule los valores aproximados de informaciones como la población económicamente activa, el número de desocupados y el número de desempleados y, por supuesto, la guía para entender la diferencia entre unos y otros. Otro tanto ocurre con el sistema Redatam (que anuncian con un número indeterminado de bombos y platillos) y con el que cualquiera puede combinar los datos y leerlos como a bien tenga. La intención, se advierte, no es lavarse las manos, sino permitir que cada cual sea dueño de sus propias interpretaciones.
Pero, no más democracia. Es necesario saber si hay cuatro o seis millones de afrocolombianos, si los compatriotas que apenas estudiaron primaria son 20 ó 22 millones o si hay más de dos millones de mujeres que hombres. Ya es hora que alguien hable con exactitud; bueno, mientras llegan nuevas metodologías, nuevos ajustes o nuevos encuestadores.

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