Es difícil cerrar la boca por estos días. No sólo por esa pandemia permanente que nos aqueja desde niños y que José Obdulio califica como verborrea. También es por el asombro que ha vuelto a encarnar en nuestras caritas mestizas cuando miran la cotidianidad.
No habían terminado de sanar las ampollas de los “Mon-callos” que resultamos ser todos al caminar contra el secuestro y contra todas las formas de violencia, cuando quienes no tuvieron tiempo o ganas para desfilar por las calles sembradas de pancartas, se echaron a andar por las pasarelas rodeadas de vallas o pancartas con el pretexto de que Colombia está de moda.
Del luto por los caídos y del blanco por los pedidos en libertad, pasamos sin pestañar a las blusas blancas de a millón de pesos y al negro de lo vestidos de chantilly de a 25 mil dólares con la olorosa marca de la señora (como exige que la llamemos) Carolina Herrera. Con razón bajaron las ventas en San Victorino.
Antes de poder cerrar las mandíbulas, de la violencia pret- a-porter del hombre contemporáneo, pasamos tras un aletear de bordados, lentejuelones, brillantes y plisados al concepto de sensualidad nacional, de lo chic en nuestras féminas y de lo no convencional en nuestros varones que no le tienen miedo a los nuevos estilos. Son visos de un glamour y de una idiosincrasia de la que no habría podido dar cuenta la tierna pluma del Comisionado Luis Carlos Restrepo. Algo va del trato con la modista de Jackie Kennedy a las relaciones con los sastres del Caguán y de Ralito.
No obstante, estaban preocupados los textileros y los diseñadores que consideraban que era exagerado invertir más de 5 billones de pesos en la guerra como aprobó el conpes para el próximo año, (allì sólo tienen cabida los modistos de camuflados y prendas color caqui), en vez de invertirlos en la industria de los algodones, paños livianos, teflòn, corduroy, supplex y lycra, como propone la muy original Lina. (Quizás sea oportuno aclarar que se trata de la barranquillera Lina Cantillo, experta en bermudas, pantalones ajustados inspirados en las pijamas y chaqueta sin cuellos, como lo demostró en su desfile).
Contrastó Juanes con sus ideas monocromáticas de las camisetas negras, de las que lanzó su segunda colección,(curiosamente, el mismo color que adoptaron Inexmoda y Colombia es pasión), frente al universo multicolor de los diseñadores de prendas con colores suaves como los azules, mostaza y verde oliva, para regocijo de muchos que estaban firmes en los desfiles.
Lo increíble es que después de todo ese montaje salen a decirnos, sin que hubiéramos podido articular quijada, que sólo hubo 873 compradores, récord que supera fácilmente un sólo stand de cualquier Sanandresito en baja temporada. Aunque, claro, la diferencia estriba en los valores. Dicen los organizadores que se hicieron negocios por 23 millones de dólares y que hay promesas de otros por 49 millones. Claro, en medio de un desfile de ropa íntima con lo más granado y (y también con lo más pálido) de nuestras modelos, uno promete de todo. Otra cosa es firmar los contratos en la casa delante de la esposa en proceso de rulos.
Imposible que los 70 periodistas de 14 países que invitó y patrocinó la Alcaldía de Medellìn ahora vayan a salir con un chorro de babas. Para evitar ese tipo de desplantes la organización sólo había invitado a reporteros de cuatro ciudades colombianas y, por supuesto, adhirió al veto contra la agencia Anncol.
El planeta verá con cuál imagen de país se queda, si con la delas marchas por lutos colectivos o exequias de ilustres, o con los desfiles de modas. Lo único claro es que ya no hace falta el pasaporte vinotinto o la pelada del cobre para identificar a un compatriota; basta que vista camisa negra, que tenga la boca abierta y que sufra de la manía de estar caminando como si estuviera en un desfile.

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