Por Mario Morales
Duró lo que un suspiro. La esperada calma luego de la enardecida confrontación nacional tras el triunfo inobjetable de Santos, apenas se sostuvo el tiempo de su discurso. El libelo, rayano en lo absurdo, del senador Uribe (bien relegado por los medios y la OEA a su justa pequeñez), las arengas de seguir la “batalla” del Centro Democrático y el anuncio de candidaturas culiprontas como la de Pacho Santos a los comicios de alcaldías y gobernaciones, nos metieron desde ya en otros 16 meses de intemperancia y agresividad. (Publica El Espectador)
Sabe Uribe que mantener en vilo la siquis nacional no da tiempo para reflexionar sino para reaccionar instintivamente frente a los dos escenarios que en continuidad comienza a vivir el país: el cierre exitoso del proceso de paz y la consolidación de poderes regionales al finalizar 2015.
Por eso el presidente Santos debe dar ejemplo y hacerse caso. Primero, no escuchar más a Uribe, borrarlo de su Twitter y de sus discursos, invitándolos a él y a los suyos a manifestarse en el escenario natural y democrático que les compete: el Congreso. A ver si es capaz de sacrificar sus prebendas y se posesiona.
Segundo, no dejarle la iniciativa. Ya probó entre primera y segunda vueltas que Uribe a la defensiva es sinónimo de Uribe en retirada.
Y tercero, concentrarse en las reformas que debe plantear al país y a la mesa de La Habana, donde lo espera una guerrilla que por ahora tiene la sartén por el mango, sabedora del compromiso de sí o sí que tiene Santos de sacar el proceso adelante. Ojalá la insurgencia entienda que cualquier demora intencional oxigena a los enemigos de la paz y pone en riesgo tanto las fases restantes como el mecanismo de legitimación ante la población, cuya elección terminará de exaltar los ánimos.
Sonaba bonito lo de la reconciliación el domingo en la tarde; pero antes hay que terminar procesos y consumar acuerdos que desarmen a este país pendenciero que encuentra pretextos para agredirse, incluso en los triunfos de la Selección.