Por Mario Morales
Siempre es mejor enfrentar molinos de vientos que monstruos de verdad. Lo demuestra la escandola por la placa en Cartagena como absurdo homenaje a los ingleses que se iban a tomar la ciudad hace 273 años, frente al inquietante silencio por el fallo de la magistrada Alexandra Valencia de la sala de justicia y paz del Tribunal Superior de Bogotá contra los jefes paramilitares del bloque Catatumbo, que se querían tomar el país hace algo más de una década y que recibieron mucho más que placas. (Publica El Espectador)
El fallo es una veta, porque obliga a abrir múltiples investigaciones en la Fiscalía y serias reflexiones en el ejercicio periodístico. En el primer caso no se queda en la condena a 8 años de Mancuso, El Iguano y sus compinches por la crueldad de sus acciones, sino que las eleva al nivel de crímenes de Estado por la presunta complicidad de funcionarios de entonces en sectores como justicia, fuerza pública, gremios y presidencia.
El fallo usa la metáfora del reloj de arena en vez de la pirámide, para graficar las presuntas relaciones de entonces, así fuera a título individual y no institucional como acotan otros magistrados de la sala.
Antaño el reloj de arena no servía para medir el tiempo sino para asignárselo a una actividad, tal y como sucedió con el paramilitarismo y como amenaza con repetirse si, como dice el Defensor del Pueblo, hay bacrim en 168 municipios.
El fallo también cuestiona la eficiencia gubernamental en la reparación de víctimas e interpela, no sin fundamento, a los medios que sirvieron de caja de resonancia a “los discursos del odio” paramilitar. Obvio se trató de un papel inconsciente de idiotas útiles al entrevistar o presentar, fuera de contexto, a autores de crímenes de lesa humanidad.
No. No hace falta legislación sobre el pretendido delito de ofensa, como tampoco plantones contra la placa cartagenera. Es momento de poner un reloj de arena para que el país y sus medios reflexionemos sobre la responsabilidad en esta guerra sin fin.